Página:Una traducción del Quijote (3).djvu/3

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Miguel poseía el idioma ruso casi á la perfección, y María se empeñó en conocer muchas palabras españolas; de suerte que, cuando llegaba el momento de separarse, la discípula y el maestro tenían costumbre de despedirse en el idioma nativo de cada uno de ellos.

Miguel decia: «adios,» y se embelesaba al oír á la Princesa repetir:

«Bog.»

Con el melódico encanto que en boca de una mujer hermosa adquiere esta palabra moscovita, ruda en la pronunciación meridional.


II.

Un día, al principio de sus relaciones, y cuando la franqueza del amor se habia establecido entre ellos, después de que punto por punto se contaron la historia de sus corazones, que comenzó en el Retiro de Madrid, María no pudo menos de confesar á su amante el inocente abuso de confianza de que había sido cómplice con Madlle. Guené leyendo la carta copiada por ésta. Al llegar á este punto de sus confidencias, la Princesa pidió á Miguel que la explicase el sentido de las siguientes palabras, consignadas en su carta: entre el amor de María y el mio, media un obstáculo superior á su mismo desden.

Miguel se inmutó. Evidentemente la pregunta de María le produjo una gran impresión; pero no hallando tal vez una explicación satisfactoria, y temiendo quizá la curiosidad femenina, tan insistente cuando se la oculta un secreto, se limitó á decir afectando indiferencia:

«No recuerdo esas palabras, ni el motivo de haberlas escrito: será una de las mil frases exaltadas que entónces me arrancaba la desesperación.»

La Princesa se satisfizo ó se resignó á satisfacerse con esta explicación, y no volvió á hablar sobre el particular.

Las cosas siguieron en el mismo ser y estado. El cielo de ambos amantes estaba despejado, al menos en la apariencia, y ellos continuaron envueltos en ese primer limbo del amor en que el éxtasis mútuo basta para la vida y la felicidad.

Ningún desencanto, ninguna contrariedad turbaba aquella vida