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seos brutales de este hombre, que, cuando se emborracha, se conduce conmigo como con una campesina o como con una mujer pública?" —¿Es posible? — preguntó, incrédulo, Hipólito Sergueievich.

Recordaba las cartas de su hermana, en las que ésta le hablaba de la falta de carácter de su marido, de su pasión por el "vodka", de su pereza y de otros vicios; pero no le decía nada de su perversidad.

—No me crees?—le reprochó ella suspirando. Pues es verdad. Ocurría eso con frecuencia.

No afirmo que me fuera infiel; pero es muy protable. Cuando estaba borracho, todas las mujeres eran iguales para él... y hasta confundía las ventanas con las puertas... Sí, así he vivido años y años...

Le habló largo y tendido, de un modo prolijo y pesado, de su triste vida. El la escuchaba y esperaba que le dijese, al fin, lo que quería decirle. Involuntariamente pensó que Varenka no se quejaría nunca de su vida, aunque fuese muy desgraciada.

—Me parece que tengo derecho a cierta compensación por tantos años de sufrimiento... Y acaso la compensación no tarde mucho...

La viuda calló y, al mirar a su hermano, se ruborizó un poco.

—Qué quieres decir?—le preguntó él, con voz acariciante, acercándose a ella.

—Mira... puede ser que... me case de nuevo.