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tratar de avanzar más, si posible es, es aún más modesta que la de Feilberg, dadas las condiciones náuticas de la embarcación. Esta mide una estora de ocho metros y sesenta y cinco centímetros, lo que corresponde a ocho remeros, y, sin embargo, es tripulada por sólo dos de ellos, Francisco Gómez (el correntino) y José Gómez (el brasilero), y un timonel (Estrella). He destinado el grumete para el cuidado de los caballos, pues Isidoro tendrá que alejarse continuamente para proveernos de caza.

Además, me acompaña el subteniente de marina Carlos Moyano, quien, desde hace largo tiempo, desea tomar parte en esta excursión, tan soñada por mí.

Como se ve, humildes son los recursos con que cuento, pero el valiente y alentador adelante! lacónica frase que nos sirve de proclama para el combate que vamos a librar contra la «Llanura Misteriosa», lo acalla todo y aleja los presentimientos funestos.

No pensamos, por supuesto, en ascender a remo: la poderosa correntada nos hubiera llevado al Atlántico en vez de a la cordillera: ellos son inútiles mientras nos encontremos en el canal del río, y sólo podremos hacer uso en los remansos formados por las innumerables vueltas.

La sirga de este día es encomendada al brasilero Pedro. Encargo al correntino Francisco de impedir, sondando con el bichero, que el bote vare, y de llevarlo siempre a cierta distancia de la orilla, para que las ramas no entorpezcan el remolque. Estrella dirige el timón, para que la embarcación ofrezca siempre la proa a la correntada. El señor Moyano se encarga de seguir en ella, con la aguja de marear, las ondulaciones del río, comparándolas con la carta de Fitz-Roy, que hemos aumentado, para este objeto, en una gran escala. A Abelardo le recomiendo el cuidado de la tropilla, mientras que Isidoro va a bolear algo, para la ce-