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Página:Viaje al Interior de Tierra del Fuego (1906).pdf/65

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Contigua á esta sala, vi otra más pequeña en que una iudia hacía medias, manejando con facilidad una máquina inglesa muy complicada, en la que si yo me hubiese puesto á manipular, habría confeccionado algun disparate, á buen seguro.

Otro departamento era la Escuela. Sentadas en dos filas y bajo la vigilancia de una hermana, doce indiecitas de edad variable entre los 9 y los 12 años, hilaban también.

El hilo era homogéneo tauto en su espesor como en su resistencia, y el ovillo, limpio, se presentaba igual á los que habíamos visto en manos de las adultas. Pero aquellas criaturas, no habían aprendido eso solamente: sabian leer y escribir. La hermana me mostró los cuadernos en que se desarrollaba el curso de caligrafía y en los que pude observar la transformación de los torpes palotes en clara letra de tipo inglés.

Aún la Misión, me guardaba mayores sorpresas. Pasamos á ver el trabajo de los hombres. Los salesianos prestan á ellos mayor atención, no sólo por el peligro que puede ofrecer el ona que escapa á los bosques después de haber adquirido el conocimiento de la vida civilizada, sino porque al par que aprende á cuidar majadas, á esquilar, á manejar las carretas y los arados, en fin, los trabajos del campo, constituye el personal con que cuenta la Misión para poder sostenerse.

Un hombre de raza europea, puede esquilar cien ovejas por día. Un ona, no llega más que á cincuenta, pero la economía del sueldo equilibra las ganancias.

Y baste para poderse formar una idea de las utilidades que los indios pueden proporcionar, el hecho de que la Misión posee 25.000 cabezas lanares, todas cuidadas y manejadas por ellos, bajo la inteligente dirección del Hermano Ferrando.

Frente á la casa que ocupa el Padre Zenone está la escuela, donde unos veinte muchachos de 9 á 15 y 16 años de edad, aprendeu á leer y á escribir por el mismo método de las mujeres, que consiste, simplemente, en la copia repetida de los modelos que traza el profesor en el pizarrón. Era este un salesiano de alguna edad que demostraba verdadera dedicación á su tarea, harto difícil, pues los chicuelos indios, no acostumbrados á estar sujetos en el banco, inquietos y distraídos, han de ser capaces de apurar la paciencia de quien no sea como el padre aquél.

Sabían los puntos cardinales, las estaciones del año, que la luna viajaba al rededor de la tierra y que esta giraba á su vez en torno del sol. Que América estaba en este mundo, que la Argentina era un país americano, que era república y que ellos.... eran argentinos!

Tarde ya, regresamos á la comisaría de Río Grande.

Desde el local que ocupábamos, se distinguían á 16 cuadras, las casas de la 1." Argentina, propiedad del Sr. José Menéndez. Era allí donde debíamos proveernos de carne fresca y ai siguiente día me apersoné á su administrador el Sr. Alejandro Mack—Lhenann, á fin de que tuviera preparados cuatro capones, que, según la opinión de algunos, me durarían frescos 15 días.