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Página:Viaje al Interior de Tierra del Fuego (1906).pdf/90

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El pasto aislado en pequeños matorrales que indicaban haber estado cubiertos de nieve, mostraba sus tallos rígidos y amarillos.

De pronto, la vega quedó cerrada por el bosque á nuestro frente y después de una marcha de tres minutos bajo los árboles, fuimos á salir á otra más pequeña, pero más pantanosa. Este trecho, lo hicimos sin dificultad, pues los robles, de buena altura, abrían sus ramas arriba, lo que era un indicio de su vejez. Pero después de cruzar esta vega, nos encontramos con un accidente del terreno muy semejante al que en la marcha del primer día, nos mostró inesperadamente la llanura en que dobla el Río del Fuego.

El suelo se inclinaba bruscamente; habíamos subido mucho y ahora teníamos que apearnos para descender.

Eran las 7.10 p.m.

El crepúsculo de la tarde invadía el interior del monte y en él, ya nada se veía.

Nos parecía estar junto á un valle, de cuyo fondo llegaba rumor de aguas.

El suelo estaba húmedo y como siempre, pantanoso.

Bajamos. Unas veces saltábamos grandes troncos de árboles, otras, caíamos. A saltar y á caer, pronto se acostumbra el viajero en aquellos lugares.

La noche nos sorprendió al pié del barranco. Prendiendo fósforos pudimos continuar, por entre un colchón de helechos y gramillas hasta detenernos todos, tan sorprendidos como admirados.

El rumor del agua, era de un torrente, en cuya orilla acabábamos de hacer alto. Y aquel río inesperado casi, que en la tiniebla nos parecia más ancho, un verdadero río de las montañas, pasaba haciendo turbulentos remolinos, bajo los robles y los coibos.

Más á pesar de su belleza, no nos detuvimos á contemplarlo; el dia había sido lluvioso y ya era tiempo de pensar en nosotros.

Después de una de esas cenas de marcha, en que el menú no es muy condimentado, ni variado que digamos, nos envolvimos en nuestros ponchos é impermeables como mejor nos fué posible y nos dispusimos á pasar la noche de cualquier manera.

—Ya no va á llover más dijo el gendarme indio.

—Por qué?

—Porque ha salido la luna.

—Ah! Con que tú crees que la luna disipa las nubes?

— Se las traga. (1) —Si eso fuera cierto—¡Qué bien dormiríamos!

Pero á pesar de los pronósticos meteorológicos del hijo de la tierra y á pesar de la luua, llovió toda la noche, amaneciendo empapados y más cansados aún.

Las primeras claridades del día nos permitieron ver el río, que con velocidad de cuatro metros en cinco segundos ó sean cuarenta y ocho metros por minuto, pasaba junto á nosotros viniendo del Oeste y ale—jándose con rumbo al Este.

(1) Es esta una creencia de los indios