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gunos simples muy comunes y baratos, y que podía enseñar el secreto a sus vasallos, si Su Majestad lo consentía. Añadí que con este arbitrio detruiría las murallas de la ciudad más fuerte de su reino, si acaso se sublevaba en algún tiempo o intentaba resistirse, y que le hacía este corto presente como un insignificante tributo de mi reconocimiento.

Hizo tanta impresión en el ánimo del rey mi descripción de los terribles efectos de la pólvora, que no podia comprender cómo un insecto vil, flojo, inútil y arrastrado había discurrido una cosa tan esnantosa, tratándola al mismo tiempo de un modo familiar como si fuera una bagatela la desolación y carnicería causada por tan pernicioso invento. Añadía que no podía menos de haber sido algún mal intencionado enemigo de Dios y de sus obras cualquiera que fué el inventor que protestaba, aun cuando hiciesen sus mayores delicias, los nuevos descubrimientos, ya de la Naturaleza o ya del arte, preferir la pérdida de su corona a la necesidad de hacer uso de un secreto tan funesto, en que me ponía pena de la vida si lo revelaba a alguno de sus vasallos. ¡ Lastimoso efecto de la ignorancia y limitación de un príncipe sin ilustración! Aquel monarca adornado de todas las cualidades que granjean la veneración, el amor y estimación de los pueblos; de un espíritu fuerte y penetrante, de una grande sabiduría, de profunda ciencia, dotado de talentos admirables para el gobierno y casi adorado de su pueblo, se ve tontamente poseido de un escrúpulo excesivo y caprichoso de que jamás hemos tenido la menor idea en Europa, y desprecia una ocasión que le ponen en las manos para hacerse dueño absoluto de la vida, libertad y hacienda de todos sus enemigos. No digo esto con la intención de ofender la virtud y luces de aquel príncipe, aunque conozco que esta relación no le hará el mayor favor en el ánimo de un lector inglés. Yo creo firmemente