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costaba mucha dificultad, porque la memoria era buena.

El último de estos viajes no fué tan feliz que no me dejase disgustado del mar, inspirándome el partido de estarme quieto en mi casa con mi mujer y mis hijos. Parecióme acertado mudar de habitación. Trasladéme de Old-jewry a la calle de Fetterlane, y de allí a Waping, con la idea de adquirir práctica entre los marineros; pero no me salió la cuenta.

Después de haber pasado tres años en la vana esperanza de que mejorason mis negocios, acepté un partido ventajoso que me fué propuesto por el capitán Guillermo Prichard, próximo a salir en el Antelope para el mar del Sud. Nos embarcamos en Bristol el díade mayo de, y nuestro viaje por entonces fué feliz.

Es inútil cansar al lector con la relación minuciosa de nuestras aventuras en aquellos mares: baste decir que en nuestra travesía a las Indias Orientales sufrimos una tempestad cuya violencia nos arrojó hacia el nordoste de la tierra de Van-Diemen. Por una observación supe que estábamos a treinta grados y dos minutos de latitud meridional. Doce de nuestra tripulación habían ya perecido por el excesivo trabajo y malos alimentos. Elde noviembre, que era el principio del verano en aquel país, estando el horizonte un poco obscuro, descubrieron nuestros marineros una roca que no distaba más del navío que lo largo de un cable; el viento era tan fuerte que, impeliéndonos directamente contra el escollo, quedamos encallados en un momento. Otros cinco de la tripulación y yo nos echamos prontamente a la chalupa, y de este modo pudimos escapar del navío y de la roca. Casi tres leguas corrimos a fuerza de remo; pero el cansancio 'no nos permitía ya continuar; extenuados casi por completo, nos abandonamos a la vo-