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ilado de su amo y cuida de tocarle suavemente con la vejiga en los ojos de rato en rato, porque sin esta precaución su profundo letargo le expondría a caer en un precipicio, a romperse la cabeza contra un poste, a chocarse con otros en las calles o a meterse en cualquier arroyo.

Hiciéronme subir a la cumbre de la isla para presentarme al rey, y entrando en su cuarto vi a Su Majestad en su trono rodeado de personas de la primera distinción, con una gran mesa delante en que había globos, esferas y toda suerte de instrumentos matemáticos. Pero, aunque mi acompañamiento hizo bastante ruido a la puerta, el rey nada advirtió, pues estaba justamente ocupado en resolver un problema, y primero que concluyó su operación esperamos lo menos una hora entera delante de Su Majestad. Entouces dos monitores que le tenían en medio, le tocaron con mucha veneración y suavidad el uno en la boca y el otro en la oreja derecha. El rey despertó como sobresaltado, y reparando en mí y en los que me acompañaban, vino al instante en conocimiento de lo que le habían contado de mi arribo poco antes.

Hablóme algunas palabras, y acercándose un monitor a tocarme en la oreja le di a entender que no se cansase en balde, por lo cual tanto Su Majestad como todos los de su corte formaron una alta idea de mi comprensión, prosiguiendo en hacerme varias preguntas y yo en contestarlas sin entendernos el uno al otro. De allí me condujeron a otra sala, donde haciéndome el honor de sentarse a la mesa, conmigo cuatro de aquellos personajes, nos sirvieron de comer en seis platos con que cnbrieron la mesa dos veces.

La primera fué de un cuarto de carnero, cortado en triángulo equilátero, una posta de vaca bajo la figura de un romboide y un poudding en la de un cicloide.

La segunda, de dos ánades figurando dos violines, salchichas y longanizas que parecían propiamente