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ella descansan las extremidades del eje, que voltea cuando es menester.

No hay fuerza que alcance a dislocar la piedra, porque el círculo y sus pies con el cuerpo del diaman-' te que forma la base de la isla, es todo una pieza.

En la virtud y uso de este imán consiste que la isla suba o baje, o mude de lugar; pues con respecto a aquella parte de la tierra en que preside el principe, está dotada la piedra en uno de sus extremos de un poder atractivo, y en el opuesto de un poder repulsivo, de suerte que mandando volver el imán hacia la tierra por el polo amigo la isla baja, y volviéndole por el polo enemigo sube la isla estando oblicua la posición de la piedra, el movimiento de la isla es igual, porque en este imán obran siempre las fuerzas en línea paralela a su dirección, y de este mismo movimento oblicuo es del que se valen para conducir la isla a diferentes parajes de los dominios de Su Majestad.

El gobierno de la piedra está al cargo de ciertos astrónomos, que a su tiempo le dan el movimiento y dirección que el rey ordena. Estos astrónomos pasan la mayor parte de su vida en contemplar el cielo y observar los astros por medio de telescopios algo mejores que los nuestros. Así es que han hecho bastantes descubrimientos más que nuestros matemáticos de Europa han conseguido percibir distintamente diez mil estrellas fijas mientras que nosotros, infelices europeos, apenas hemos podido descubrir cinco mil han logrado la fortuna de distinguir claramento alrededor del planeta Marte dos pequeños satélites, de los cuales el más próximo a nosotros dista del centro del planeta exactamente el triple de su diámetro, y el más elevado está a la distancia de un quintuplo.

El primero acaba su revolución en el término de diez horas, y el segundo tarda veintiuna y treinta minutos (cosa admirable y curiosa); de manera que, compa-