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mente sobre la ceja izquierda, cuya dichosa marca le preservaba de la muerte; que esta mancha, que en un principio no era mayor que una pequeña moneda de plata (que en Inglaterra llamainos treepense) iba creciendo y mudando de color que a la edad de doce años se ponía verde hasta los veinte que se volvía azul, y a los cuarenta y cinco años se quedaba totalmente negra, y tan grande como un chelin, para siempre. Que eran tan pocos los que nacían con esta señal, que apenas podrían contarse mil ciento inmortales de ambos sexos en todo el reino: que había como unos cincuenta en la capital, y que en los últimos tres años no había nacido más que uno solo de esta especie, que era inujer. Que el nacimiento de un inmortal no estaba precisamente ligado a una familia con preferencia a otra, sino que era un presente de la Naturaleza o de la suerte, y que aun los mismos hijos de los struldbruggs nacían también mortales, como los de los otros sin privilegio alguno.

La relación me divirtió en extremo, y como la persona que me la hacía entendía la lengua de los balnibarbas, que yo hablaba expeditamente, le manifesté mi admiración y gusto con los términos más expresivos y aun exagerados. Yo exclamaba como en una especie de rapto y entusiasmo: a Dichosa nación, cuyos hijos todos pueden optar en el vientre de su madre a la inmortalidad ! Feliz comarca donde el ejemplo de los tiempos antiguos subsiste siempre, donde la virtud de los primeros siglos no ha perecido y donde los primeros hombres viven todavía y vivirán eternamente para dar sabias lecciones a todos sus descendientes! Dichosos esos sublimes struldbruggs que gozan el privilegio de no morir y, por consiguiente, la idea de la muerte no los intimida, no los aniquila, no los acaba !» En seguida les manifesté que extrañaba mucho no haber visto todavía ninguno de aquellos inmorta-