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más pronto reintegro de estos gastos, hizo Su Majestad la asignación sobre su propio tesoro.

Aquel principe no tiene otras rentas que las del patrimonio real, y solamente en urgencias muy interesantes impone tributos a sus vasallos, que tienen obligación de seguirle a la guerra a expensas propias. Asimismo destinaron para mi asistencia seiscientas personas con buenos sueldos, y abonada la construcción de tiendas de campaña muy cómodas, que pusieron a los dos lados de la puerta. También se decretó que trescientos sastres me hiciesen un vestido al uso del país; que seis literatos de los más sabios del imperio se encargasen de instruirme en su idioma; y por último, que los caballos del emperador, los de la nobleza, y las compañías de guardías hiciesen con frecuencia el ejercicio delante de mí para acostumbrarlos a mi figura. Todos estos artículos fueron exactamente cumplidos. Yo hice rápidos progresos en el conocimiento del idioma de Lilliput, y entretanto el emperador no solamente me honraba con repetidas visitas, sino que algunas veces ayudaba a mis maestros.

Las primeras palabras que aprendí fueron las más precisas para pedirle mi libertad con el mayor ahinco, y todos los días se las repetía puesto de rodillas; pero siempre me respondía que tuviesc paciencia basta que pasase algún tiempo, porque así convenía, que no podía determinar por sí solo este negocio sin consultar a su Consejo; y que en el caso de conformarse era preciso exigirme un solemne juramento de guardar paz inviolable con él y con sus vasallos; que no me apresurase, y sería tratado con toda la benignidad posible; y que entretanto procurase conservar su estimación, y la de sus súbditos con la resignación, y una buena conducta. También me previno que no tuviese a mal si acaso daba orden a dos oficiales para que me registrasen; porque verosimilmente podía lle-