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noticias de mi país; aunque sus reflexiones no eran las más honrosas al linaje humano, por cuya razón debo callarlas. Sólo diré que mi amo indicabu conocer mejor que yo la naturaleza de los yahous que habitan en otras partes del mundo: él descubría el manantial de todos nuestros extravios: profundizaba en la materia de nuestros vicios y locuras, y adivinaba una porción de cosas que yo no le había revelado.

Esto no debe parecer increíble, pues conocía a fondo sus yahous, suponía a lo que podía llegar un cierto gradito de razón en ellos, tiraba su cálculo nada discrepaba.

No puedo negar que las cortas luces y alguna filosofía que hoy tengo, lo adquirí de las sabias lecciones de aquel buen amo y de las conversaciones con sus juiciosos amigos, conversaciones preferibles a las doctas sesiones de las academias de Inglaterra, Francia, Italia y Alemania. Profesaba a todos aquellos ilustres personajes una inclinación llena de respeto y de temor, sintiéndome penetrado de reconocimiento a la bondad que habían usado conmigo de no confundirme con sus yahous y aun acaso de creerme menos imperfecto que los de mi país.

Cuando repasaba la memoria de mi familia, amigos y compatriotas, y del linaje humano, en general, se me representaban como una enadrilla de yahous cuanto a su carácter y exterior, sin más diferencia que alguna civilización con el don de la palabra y un asomo de razón. Siempre que consideraba mi figura en el agua pura de un arroyo, volvía presuroso la cabeza, no pudiendo sufrir la vista de un animal que me parecía tan feo como un yahou. Mis ojos, acostumbrados a la noble presencia de los houyhnhnms, no encontraban hermosura animal sino en ellos. A fuerza de mirarlos, había tomado un poco de su aire y gesto, de su planta y modo de andar, y aun ahora que estoy en Inglaterra me dicen a veces mis ami-