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y cuando nos avistaron iba a expirar el término que para disponerse a la muerte había pedido el infeliz destinado a servir de sustento a sus desfallecidos compañeros. El navío se llamaba La Fiel Ana, mandado por el capitán Smedley, que viniendo de la China por cuenta de un negociante particular había encallado en una isla desierta, a treinta leguas de Madagascar, y el capitán se había ahogado con unos treinta de su tripulación. Esto fué todo lo que pudimos saber de aquellos infelices después de dos o tres días, en que se recuperaron algo.

Elde junio, entre las nueve y diez de la noche, se levantó una borrasca que algunos marineros expertos nos pronosticaron sería larga y violenta, porque habían visto el fuego de San Telmo en diferentes parajes del navio. Venía de Noroeste y duró veintidós días seguidos sin ceder nada, obligándonos a amainar velas y servirnos solamente de la de mesana de cuando en cuando. Elcedió un poco, y elpusimos en uso las de los perroquetes.

El, estando el tiempo muy sereno, reparamos uuestro estribor, que había padecido en la borrasca por el frotamiento continuo del áncora; bien que yo creo que el daño venía ya de mucho antes.

Este día nos inclinamos hacia el Oeste, en la suposición de que habíamos avanzado demasiado al Norte.

Elun galopín gritó desde lo alto del palo mayor: «¡ tierra! ¡ tierra!» Como no lo esperábamos, nos sorprendió extraordinariamente: mas con todo avanzamos hacia la costa con un viento Sudsudoeste.

Yo consentí entonces que estábamos en la isla de los houy hnhnms, cuya gustosa nueva no quise retardar a mis dos camaradas, que me lo agradecieron, pues las fatigas de la navegación habían alterado bastante su salud, y no les sobraba nada de toda su filosofía para no haber perdido la paciencia.