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todos los demás, y nos suplicó que no lo dijéramos en la corte, a lo que accedimos gustosos, no obstante que la prevención era bastante ,ociosa, porque si no es yo, ninguno entendía la lengua del país; pero él, muy satisfecho de nuestra palabra, le levantó y le metió en el alfiletero de su mujer, que por casualidad llevaba en el bolsillo.

- Continuamos nuestra marcha sin cesar nuestras desgracias. La tormenta de los estornudos volvió y con ella un huracán que sonó como un cañonazo, de suerte que aunque no nos causó daño a pesar de su impetuosidad, la polvareda que subía hasta el hom bro, donde Ibamos dentro de nuestro barco, nos infestó tanto que creímos perecer. Por fortuna, un marinero holandés, que la aguantaba aejor, se acordó de tocar con un remo en las narices a nuestro huésped para hacerle señal de que nos pusiese en el suelo, pues yo especialmente no podía ya hablar; y advirtiendo en el instante nuestro desorden, aunque ignoraba la causa, ni tuve por conveniente declarársela, pretextando que el sol nos abrasaba, quitó la presilla a su gorro y con el doblez nos armó una espécio de parasol muy bueno, que no estuvo demás, porque en efecto principiaba a calentar, y entretanto la polvareda se aplacó. Después le pedí que esperase en alguna aldea inmediata a la capital a que la tarde cediese, para no entrar de día; y aprobando mi idea, respondióme que no le faltaría medio para librarBos de la vista del populacho.

En la posada donde paramos a comer hubo otra nueva desgracia. Un marinero holandés fué a bajar de la chalupa a una mesa, donde la habían puesto, y cayó en un plato de vinagre. No estaba tan lleno que le descubriese del cuello para arriba, mas no pudo hacer pie por lo terso del plato, y le valió el ser un gran nadador para poder salir a la orilla a fuerza de GULLIVER,