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-Tampoco quiero yo-añadió-exponer mis vasallos a vuestras armas y al furor de un pueblo tan formidable como el vuestro.

Ni a Glumdalclitch permití que nos acompañase, aunque lo pretendió con bastante ansia; sólo aquel buen hombre que nos había conducido fué el que recibió la orden de volver a cargar con nosotros, como antes, y ponernos a la orilla del agua, donde nos despedimos encargándole nos esperase la mañana siguiente en el mismo sitio y hora. No le perdimos de vista en cerca de media legua, hasta que una punta de tierra nos le ocultó, y con el beneficio de una marea favorable llegamos a nuestro bordo en menos de una hora.

Bien creerá cualquiera que no tardé más en desancorar y partir, de suerte que antes de anochecer ya no descubríamos tierra alguna, ni temíamos el alcance de los brobdingnagenses. Entonces, libres del temor de volver a caer en sus manos, el cual nos había tenido como mudos, principiamos a respirar y a contar nuestras aventuras. Los que no habían tenido parte en ellas sospecharon al pronto que habíamos comido de algunas raíces venenosas que nos hubiesen turbado el juicio. Nos costó trabajo disuadirlos, esto es, a los prudentes e instruídos, que la canalla ignorante se aferró en que nos habían dado hechizos.

Navegamos al Sudsudoeste, para arribar a cualquier paraje de la China en menos de veinte días. Mi anhelo por el país de los houyhnhnms no era como antes de perder a los dos amigos, aunque no podía acordarme de ellos sin verter lágrimas, lo cual duró todavía algún tiempo. Los oficiales y tripulación no iban ya tan disgustados conmigo, porque hacía una semana que me dignaba comer con mi teniente. He aquí cómo fuí volviendo poco a poco a las flaquezas de la humanidad: triste ejemplo de la fragilidad de