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agua deliciosa, rodeada de arbolillos que le defendían del sol y daban al sitio una frescura agradabilísima, donde fuimos a descansar un poco, haciendo señal a la chalupa de que se acercase.

Luego que tomamos algún alimento, mandé al almirante que siguiese el arrroyo, como igualmente hicimos nosotros a paso corto, con la idea de parar entrada la nocho en cualquier sitio cómodo que encontrásemos, y en su defecto en la chalupa, que no fué menester, porque antes de una milla llegamos a un bosque hermosísimo, donde acampamos. Morrice había hecho provisión de peces de un gusto exquisito, totalmente diferentes de los de nuestros ríos, a más de un sin fin de ostras grandes y otros mariscos. Cenamos perfectamente y pasamos la noche con descanso, después de haber tomado la precaución de apostar centinelas y rodear el fuego de maleza para no ser descubiertos.

Por la mañana envié cinco hombres a reconocer las inmediaciones. Volvieron al cabo de una hora, diciéndonos que el terreno era seinejante al en que habíamos desembarcado, lo cual nos determinó a hacer que avanzase la chalupa por el río mientras no la perdiésemos de vista. Pero cuanto más caininábamos, más quebrado iba siendo el terreno. Por último, descubrimos cono a distancia de cinco millas, según nos pareció, una floresta cuyos árboles eran de una altura extremada, y estaba situada sobre un promontorio que se adelantaba en el mar. Después de haber comido algo, resolvimos ir allá, si no encontrábamos obstáculo, y en efecto llegamos en dos horas, pues no hubo breñas ni otro estorbo que embarazase el paso. Atravesamos el bosque con la primera fila doble, que a prevención había puesto por si teníamos algún encuentro de hombres o fieras, y sembrando ramas de árboles por el camino para no perderle a la vuelta, hasta la otra parte de dicho bosque,