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viendo a buscarlas, observaron que un gran tigre trepaba por el árbol para cobrar su parte en la presa.

Sorprendidos y asustados, como se deja adivinar, no sabían si pasar adelante o retroceder. En fin, se escondieron entre el monte para acechar al ladrón, y dos de ellos, animado el uno con el otro, le hicieron fuego y le echaron a rodar. Al pronto dió un aullido terrible, pero estaba herido en dos sitios distintos, y no pudiendo levantarse expiró muy en breve. Entonces se acercaron, le despojaron de su hermosa piel y la llevaron por trofeo al campo con las dos bestias que habían cazado.

Aunque la aventura nos hizo gracia, yo no las tenía todas conmigo, ni mi recelo carecía de fundamento, porque en un lugar donde se había encontrado un tigre, era verosímil que no fuese solo, sin con-tar con otras fieras de distintas especies; siendo de temer que algún día se arrojasen sobre nosotros aquellos animales carniceros. Comuniqué mi pensamiento al Consejo, y desde la misma hora se resolvió fortificarnos prontamente. En efecto, al día siguiente se principió una estacada capaz de desafiar a los hombres y a las fieras, la cual fué acabada en diez días, y al mismo tiempo prohibí a nuestros cazadores el internarso tanto en el monte. No tuve que decir mucho sobre la exacta observancia de esta orden, pues estaba a la vista cuánto les interesaba.

Como en caso de que la pinaza que habíamos enviado a Batavia hubiese escapado, debía llegar ya muy presto, esta consideración me dió motivo a mandar cortar en el bosque un palo muy alto y derecho, que se colocó en la punta del cabo con una gran vela blanca, para que pudiéndose distinguir de muy lejos, sirviese de señal por el día, y de noche se encendían vivas hogueras, a fin de que supiese nuestro paradero la pinaza. Pero Dios había dispuesto otra cosa, y aun llegué a creer que hubiese perecido su gente; pues