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caer en sus manos. Concluyo con deciros que si se encontrase por casualidad un hombre íntegro entre ellos, le echarían de la sociedad con prohibición absoluta de volver a ejercer su oficio; pero no es así con los jueces; siempre son hombres a quienes el rey no honra con este empleo sino en fuerza de una integridad acreditada, y de aquí viene que los abogados aborrecen al que hoy tenemos, porque los observa de cerca y cuida de su conducta.

Acabada la audiencia y restituídos los abogados a sus alojamientos, dejamos aquel detestable lugar para ir a ver el principal de los templos, cuyo soberbio exterior había excitado mi curiosidad. Estaba construído en forma de anfiteatro y adornado de una cúpula en que el oro y la plata brillaban por todos lados. Zidi-Parabas hizo al pronto algún escrúpulo de llevarnos a él por recelo de que adorásemos las imágenes, pero Sermodas venció la dificultad por el buen informe que le hizo de nuestra religión; de suerte que Parabas nos presentó a un sacerdote, rogándole que nos instruyese de lo que mira a la de ellos.

Este desempeñó su encargo con mucha urbanidad en los siguientes términos : -Nuestro culto no tiene por objeto sino al Dios Todopoderoso, criador del cielo y la tierra. Dos veces a la semana nos juntamos todos en el templo sin que persona ninguna sea dispensada de esta santa obligación, a menos que se halle enferma, caso bienraro entre los sevarambos. Allí cantamos las alabanzas del Ser Supremo, le damos gracias por los bienes de que su mano liberal nos colma, y, en fin, se termina este ejercicio de piedad con oraciones fervorosas por la prosperidad del rey y de la patria.

Lo que mantiene la virtud entre nosotros es el cuidado que ponemos en hacer florecer las escuelas públicas, en que los niños reciben los principios de la moral y la religión, y donde aprenden no tanto a