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delante de Trumbello, ciudad considerable por su comercio con la isla de Monatamia. Allí hablamos con muchos negociantes, y tomé un piloto que nos guiase a la embocadura del río, cuyo paso es peligroso por las innumerables rocas que hay a un pie del agua.

Pasamos, sin embargo, con felicidad. Al día siguiente navegamos con viento de Sudeste, hasta que entrada la noche calmó por igual. Mas a eso de las doco se movió un viento fresco que nos era favorable, y desde aquella mañana descubrimos a Monatamia a nuestra derecha. No obstante, el viento aflojó repentinamente y no pudimos arribar como nos prometíamos, teniendo que echar el áncora por la tarde a la vista del puerto, cuya entrada nos habían asegurado ser peligrosa y difícil, Al siguiente día mandé disparar un cañonazo, y acudió un piloto para conducirnos. Luego que estuvo a bordo se halló sorprendido de ver tantos europeos, y al parecer rehusaba servir de guía a unas gentes como nosotros, que podían llevar funestas y criminales intenciones, hasta que se presentó Sermodas a decirle quiénes éramos. Entonces se serenó y se puso al timón.

El puerto de Monatamia es uno de los mejores que habrá en el mundo, muy parecido al de Portsmouth en Inglaterra. Pero si éste es mayor, las embarcaciones no están en él a cubierto de las tempestades como están en aquél. La ciudad tiene el misino nombre que la isla, y depende del rey de los sevarambos, que envía allí un gobernador de tres en tres años. Comprende en su jurisdicción muchas pequeñas islas, de las cuales unas tienen dos leguas de circuito, otras tres, y aun hay una entre otras, inmediata a Monatamia, que a corta diferencia tiene la misma extensión que Wight. Los gobernadores de aquellas pequeñas comarcas son tratados como reyes, mas no sé por qué, a no ser por ridiculizarlos.