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con el menor motivo de desabrimiento que tuvieseis de nosotros. Que él tenía razones muy fuertes para pensar que en el fondo de vuestro corazón erais gruesi-extremita; y porque la traición principia en el corazón antes de mostrarse en las acciones, desde luego os declaraba formalmente traidor y rebelde, consinticudo en que se debía sin más dilaciones quitaros la vida. El tesorero fué del mismo parecer. Ifizo ver el extremado apuro que padecía el real erario por el gasto de vuestro sustento, que dentro de poco tiempo sería insoportable; que la sentencia propuesta por el secretario, lejos de ser un remedio contra este mal, le aumentaría según todas las apariencias, como se evidencia del común uso de sacar los ojos a ciertas aves para que coman nás y engorden prontamente; que su Saera Majestad, y su Consejo, que eran vuestros jueces, estaban en sus conciencias bien ciertos de vuestro delito, y que esta prueba era más que suficiente para condenaros al suplicio, sin recurso a otras formalidades prevenidas por el riguroso sentido literal de la ley. Pero Su Majestad Imperial, absolutamente resuelto a salvaros la vida, dijo, respirando benignidad, que pues juzgaba el Consejo por castigo demasiado pequeño la pérdida de los ojos, podía agregarse a él algún otro. Entonces vuestro amigo el secretario, pidiendo con sumisión que le escuchasen para responder al reparo puesto por el tesorero en orden al exorbitante gasto que Su Majestad sufría por manteneros, expuso que nadie mejor que Su Excelencia, pues era el único interventor en las rentas imperiales, podía remediar fácilmente aquel daño disminuyendo vuestra ración poco a poco que por este medio, faltándoos el preciso alimento, os enflaqueceríais, y extenuado perderíais el apetito, y muy presto la vida también. Así es que, por la buena amistad del secretario, se ha podido resolver favorablemente vuestro caso están dadas órdenes muy estrechas para