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del suceso, no tuvo ánimo para socorrerme: acudió al instante mi directora; pero, por pronta y diestramente que procuró sacarme, ya había tragado más de una azumbre de leche. Me llevaron a la cama, y no resultó más daño que la pérdida del vestido, que quedó del todo inservible. El enano sufrió unos crucles azotes, cuyo castigo presencié con cierta complacencia.

Quiero hacer ahora una ligera descripción de aquel país, según lo que pude observar de la parte que recorrí. Toda la extensión del terreno es casi de tres mil leguas de longitud y dos mil quinientas de latitud, de donde infiero que nuestros geógrafos europeos se equivocan en creer que no hay sino mar entre el Japón y California. Yo siempre imaginé que debía haber por aquel lado un gran continente que sirviese de contrapeso al gran continente de Tartaria: así, pues, es preciso corregir los mapas y unir esta vasta extensión de tierra a las partes noroestes de la Amé- rica, para lo cual me ofrezco a ayudar con mis luces a los geógrafos. Aquel reino es una península terminada por la parte del Norte en una cadena de montañas que tienen cerca de treinta millas de altura, y todas son inaccesibles a causa de los volcanes que abundan en su cima.

Los más sabios ignoran qué especie de mortales habita de la otra parte de aquellas montañas, o si acaso está desierta. No se encuentra un puerto en todo el reino, y aquellos parajes de la costa por donde los ríos entran en el mar, están tan cubiertos de rocas altas, y escarpadas, y el mar tan agitado ordinariamente, que apenas hay hombre que se atreva a abordar; de modo que aquellos pueblos están privados de todo comercio con el resto del mundo. Sus ríos principales abundan de pesca excelente; pero de qué les sirve si aun los peces de mar en el Océano son del mismo tamaño que los de Europa, y con respecto a