Página:Vida y escritos del Dr. José Rizal, por Wenceslao Retana.pdf/129

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
109
VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

El eje de la acción, el protagonista, Juan Crisóstomo Ibarra, es un joven filipino con alguna, muy poca sangre española; tanto más interesante, cuanto que, como ya queda indicado, sustenta las mismas ideas que sustentara Rizal: relatados los hechos que más afectan á Ibarra, se sabrá con bastante exactitud el argumento de la obra, y, por lo tanto, sus tendencias.

Conocemos por primera vez á D. Juan Crisóstomo Ibarra, mozo gallardo, en una reunión seguida de un banquete que, en honor de dicho joven, daba «á fines de Octubre» el rico vecino de Binondo (arrabal de Manila) D. Santiago de los Santos, más conocido por Capitán Tiago, ex gobernadorcillo del pueblo de San Diego (La Laguna), de donde aquél era natural. Cuando la espaciosa sala se hallaba rebosante de «parásitos», casi todos españoles, llegó el héroe de la fiesta, que fué presentado por Tiago en estos términos:

«—¡Tengo el honor de presentar á Vs. á D. Crisóstomo Ibarra, hijo de mi difunto amigo!… el Señor acaba de llegar de Europa y he ido á recibirle.

»A este nombre, se oyeron algunas exclamaciones; el teniente (de infantería Sr. Guevara) se olvidó de saludar al dueño de la casa; acercose al joven y le examinó de piés á cabeza. Este, entonces, cambiaba las frases de costumbre con todo el grupo; no parecía presentar otra cosa de particular que su traje negro en medio de aquella sala. Su aventajada estatura, sus facciones, sus movimientos respiraban, no obstante, ese perfume de una sana juventud en que tanto el cuerpo como el alma se han cultivado á la par. Leíanse en su rostro, franco y alegre, algunas ligeras huellas de la sangre española al través de un hermoso color moreno, algo rosado en las mejillas, efecto tal vez de su permanencia en los países fríos.»

Entre los contertulios figuraba el P. Dámaso, franciscano, párroco que había sido de San Diego, y de quien Ibarra se acordaba perfectamente, aun después de los siete ú ocho años que había permanecido fuera de Filipinas. Ibarra le saludó con toda cortesía; pero el buen franciscano, por toda respuesta, le espetó una andanada que le dejó confuso. Hombre de mundo y bien educado, Ibarra disimuló y fuése hacia un grupo de «ciudadanos», «compatriotas» suyos, para él desconocidos, y se presentó á ellos valiéndose de una fórmula social muy usada en Alemania; y dió al olvido, es de suponer, la andanada del fraile franciscano. Llegada la hora de la cena, siéntanse todos á la mesa, menos el anfitrión, Capitán Tiago; encárgase el domínico Fr. Sibyla de distribuír la tinola, y «sea por descuido ú otra cosa, al P. Dámaso le tocó el plato donde entre mucha calabaza y caldo nadaban un cuello desnudo y una ala dura de gallina, mien-