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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

rante manifestara á nadie el mal éxito de su consulta á Rizal»[1].

Ya tenemos á Rizal vilipendiado y escarnecido por el Katipunan, del que era cifra y compendio Bonifacio. Pero, ¡ay!, ¡ni esto habrá de servirle!… Rizal estaba predestinado, y tenía que ser un mártir de los filipinos y de los españoles: de los filipinos, porque su amor á ellos le imponía ciertas reservas que servirían de argumento para que se le calificase de «traidor á España», y de los españoles, porque éstos, no perdonándole su obra de redentor romántico, no pararían hasta lograr que aquella cabeza pensadora y aquel corazón de poeta nobilísimo rodaran por el suelo ensangrentados…

Á los tres años de mando, Sitges dejó el de Dapitan. En los últimos meses había experimentado cierta zozobra. Aquel frecuente ir y venir de las hermanas de Rizal, sin duda con embajadas, le habían preocupado. Fué á los vapores á registrar por sí mismo á todos los pasajeros, sin excluir á las personas de la familia de Rizal, de quienes lo registró absolutamente todo, hasta las prendas que llevaban puestas. Y siempre en balde. En cierta ocasión, lleno de cólera, inducido por vagos presentimientos, llamó á Rizal, y, encarándose con él, le amonestó severamente. Rizal, tranquilo, con la mano en el pecho, se limitó á contestar:

—Soy un hombre de honor: empeñé mi palabra de no proporcionarle á usted ninguna contrariedad, y la cumplo, y la seguiré cumpliendo.

Sitges se tranquilizó. Algo insinuaba Rizal en sus conversaciones acerca de la evolución del pueblo filipino. Pero ¿podía denunciar solemnemente lo que se tramaba? No. Entre otras muchas razones, porque viviendo, como vivía, en la confianza de que nada se haría sin su consejo, siendo él, como lo era, contrario á la revolución, nada más lógico que la revolución no estallase. ¿Cómo iba á denunciar lo que no creía que, á lo menos tan pronto, pudiera realizarse? Esa denuncia habría acarreado centenares de víctimas, que lo hubiesen sido con preferencia los intelectuales (ninguno de ellos afiliado al Katipunan), y Rizal no podía ser el causante de la desgracia de la parte más florida de la juventud de su país, cuyo ennoblecimiento había sido él el primero en desear.

¡Pobre Rizal!… ¡Qué situación la suya tan difícil Había llegado un momento en que el Pueblo, por conducto de Andrés Bonifacio, le decía: ó con los españoles, nuestros verdugos, ó con nosotros. Y Rizal, el mayor patriota filipino, optó por los españoles, á lo menos rehusó hacerse solidario de la Revolución.

Á Sitges le relevó D. Rafael Morales, capitán muy ilustrado, que


  1. Declaración citada de Valenzuela. — Archivo del Bibliófilo Filipino, tomo iii: Documentos de actualidad, pág. 146.