Página:Vida y escritos del Dr. José Rizal, por Wenceslao Retana.pdf/366

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
346
W. E. RETANA

en que vaya usted á Cuba á prestar sus servicios á nuestro Ejército, como médico agregado al cuerpo de Sanidad Militar.

»Por tanto, si continúa usted con su idea, el Comandante político-militar de esa le expedirá á usted pase para que pueda venir á esta capital, donde á mi vez le pasaportaré para la Península, donde el Ministro de la Guerra le destinará al Ejército de operaciones de Cuba, agregado al cuerpo de Sanidad Militar.

»Con esta fecha escribo sobre el particular á ese Sr. Comandante P. M., y podrá usted emprender el viaje desde luego.

»Ha tenido una satisfacción en poder complacer á usted su afectísimo atento servidor, q. s. m. b., —Ramón Blanco

»Esta carta trastornó mis planes, pues ya no pensaba irme á Cuba, en vista de que habían pasado más de seis meses desde mi solicitud; pero temiendo pudieran atribuirlo á otra cosa si ahora me negaba á ir, decidí abandonar todo, é irme en seguida. Fuíme, pues, á Manila con toda mi familia, dejando todos mis negocios. Desgraciadamente no alcancé el vapor correo para España, y temiendo yo que mi estancia en Manila por un mes me proporcionase disgustos, hice que manifestaran al General, mientras esperaba á bordo, el deseo que tenía de aislarme de todo el mundo, menos de mi familia. Sea que obedeciera á esto, ó sea por otra cosa, el General me envió á bordo del crucero Castilla, donde permanecí incomunicado, menos con mi familia.

»En este intervalo de tiempo suceden los graves trastornos en Manila[1], trastornos que lamento, pero que sirven para demos-


  1. El Katipunan, á pesar de la negativa de Rizal, decidió dar el golpe á fines de Septiembre de 1896. Pero un operario de la imprenta del Diario de Manila llamado Teodoro Patiño, tagalo, denunció á Fr. Mariano Gil, agustino, cura párroco de Tondo (arrabal de Manila), que en los talleres del mencionado periódico se estampaban secretamente los recibos de aquella Asociación, y el buen fraile, dándose cuanta prisa pudo, presentóse (el 19 de Agosto) en las oficinas del Diario, regentadas por españoles, y avisando de lo que allí se hacia, sin que los españoles tuvieran de ello la menor sospecha, procedió á verificar una investigación que dió por resultado el descubrimiento de la piedra litográfica que servía para la estampación de dichos recibos. Los del Katipunan, viéndose descubiertos, y, lo que era peor, descubiertos por un fraile, cifra y compendio de todos los odios de los indígenas radicales, precipitaron el movimiento, y antes de dar impunemente la vida, optaron por venderla cara, lanzándose al campo, capitaneados por Bonifacio. Entonces el pánico se apoderó de los españoles. Creían ver en cada filipino un katipunero, y el odio á la raza estalló en términos los más inconcebibles, estimulados aquéllos por los frailes, que hicieron valer una vez más cómo eran ellos los genuinos salvadores de España en Filipinas. Y operóse inmediatamente una reacción en la opinión; los muchos españoles que no querian al fraile, que renegaban del fraile, cambiaron de criterio en veinticuatro horas, para ver en el fraile «el centinela avanzado de los intereses de la Madre patria», tópico estereotipado por los propios frailes. Y como apreciar á éstos valía tanto como despreciar á los hijos del país, mayormente á los que habían dado