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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

aseguraba la libertad absoluta, como se la aseguró D. Pedro Roxas, compañero de viaje de Rizal. Pero éste, en un arranque muy suyo, acabó por exclamar: —«¡No! ¡Prófugo, no! ¡Me declararían cómplice del levantamiento!»… Y en los demás puntos de escala, Rizal, aunque continuaba viéndose libre de las garras españolas, volvía siempre al Isla de Panay bien seguro de que no era cómplice de la revolución que en Manila había estallado poco antes[1]


  1. Firmada por D. Federico Brú, amigo del general Polavieja, publicó La Publicidad, de Barcelona, una curiosa carta que fué reproducida por El Heraldo Militar y el Diario de la Marina, ambos de Madrid. De la transcripción que hace este último, en su número de 4 de Enero de 1907, reproducimos los siguientes párrafos:
    «Estalló la insurrección filipina en Agosto de 1896, y el 3 de Septiembre inmediato me embarqué en Manila para Barcelona. En el mismo barco [Isla de Panay] lo hicieron con igual destino Rizal y D. Pedro Rojas, el indio opulento, tachado, de largos años atrás, por la opinión de «el primer filibustero filipino», muy bizarra y muy noblemente por cierto defendido después en el Congreso por Romero Robledo. [Y rehabilitado en absoluto, en los términos más favorables, por los Tribunales de Justicia de Filipinas. Conste así, por si no lo sabia el Sr. Brú.]
    »Me apercibí de la presencia de Rizal en el barco por el vacío que hizo en su derredor el despego de los pasajeros, y atravesando el fuego graneado de insultos contra él asestados, y acaso yo mismo contuso de la nota de Quijote que me descerrajara algún patriota, pude llegar á Rizal, le tendí la mano, aceptó mi amistad y estoy hoy muy satisfecho de haber endulzado en lo posible la amargura de su alma, torturada por terribles presentimientos. Intimamos; nos hicimos inseparables; se franqueó. Leí dos cartas de recomendación firmadas por Blanco y dirigidas á los Ministros de Ultramar y de la Guerra. Eran idénticas y decían:
    »…«Recomiendo á usted con el mayor interés á mi amigo el Dr. Rizal, contra el cual nada aparece en la presente insurrección y que desea pasar á Cuba á ejercer su profesión en los hospitales de sangre», etc.
    »Arribamos á Singapore; echamos pie á tierra y Rizal me dijo que Pedro Rojas, desembarcado también y libre de toda jurisdicción española, temeroso de algún «contratiempo» en España, no volvía al barco: se quedaba en la colonia [de Singapore]. Y el desgraciado añadió:
    »—Yo debiera hacer lo mismo. No sé por qué no me inspiran gran confianza estas cartas. [¡Pues no había dicho á su madre, siete días antes, que el General se había portado con él «muy bien»?] ¿Qué concepto tiene usted de Blanco?
    »—Que es un perfecto caballero, le repuse.
    »—Yo debiera quedarme con Rojas. ¿Qué me aconseja usted?
    »—No me atrevo, Rizal. Consúltelo usted con su conciencia.
    »—¡No!, prorrumpió con toda energia, después de pensarlo algunos instantes. ¡No! Prófugo, no. Me declararían cómplice del levantamiento. A Roma por todo. Blanco me salvará en todo caso.
    »Y dominando su congoja, Rizal volvió al barco.
    »Y cada vez que desembarcábamos en las sucesivas escalas, se repetía la escena de dudas y zozobras. ¡Pobre Rizal
    Tales zozobras no significaban más sino que Rizal conocía perfectamente su país. Mas por lo mismo que su conciencia no le argüía de complicidad, volvía siempre al barco, con lo que acredito que no era el filibustero por que le tomaban —¡á pesar de tales pruebas!— casi todos sus compañeros de pasaje. Pero, ¡señor!, si era filibustero y se veía libre de