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ven de cimiento á la doctrina.
Cerca de dos siglos antes de nuestra era reynó el Emperador Chi-hoang-ti. Este se hizo construír magníficos Palacios: los caminos que freqüentaba ensanchados á costa de la agricultura, fueron ceñidos de Cedros siempre verdes; y las Campiñas, antes cubiertas de ricas cosechas, se convirtieron en deliciosos jardines. Se hizo construír tambien un sepulcro, cuya magnificencia y riquezas sobrepujaban á las de los Templos. Por órden suya se fundieron, é hicieron de bronce las estátuas colosales de doce héroes, y cada una pesaba ciento veinte mil libras. Hizo asímismo construír contra los Tártaros aquella famosa muralla que ya se eleva sobre las montañas, y ya se abate hasta la profundidad de los precipicios. El Labrador agoviado báxo el peso de los impuestos, se vió arrancar de los trabajos campestres, y sometido a las mas duras cargas. En fin, Chi-hoang-tí reunió báxo su dominacion la China entera, haciendo morir á los Príncipes tributarios, y causando tantos males, que se hizo indigno de merecer un lugar entre aquellos Soberanos, que la desgracia de los pueblos ha hecho colocar en el número de los hombres grandes.
Este Monarca tan fiero se entregaba, no obstante, como un niño á las imposturas de los Sectarios de Lao-kium. Envió sus flotas hasta Bengala para que allí buscasen el brevage de la soñada inmortalidad: tan pequeño