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vero de sí mismo velaba continuamente sobre todos los afectos de su ánimo. Él despreciaba los honores y las riquezas, y parecia que todas sus acciones fuesen absorvidas por la de extender su doctrina. Y no era el amor de la gloria, sino el de la humanidad, el que le ataba á sus principios, y la modestia completaba todas sus virtudes.
Tuvo hasta tres mil discípulos, de los quales fueron elevados á la magistratura en diferentes estados los quinientos. Setenta y dos de entre ellos se señalaron y distinguieron de todos los otros, y se conservan con respeto sus nombres y apellidos, y la memoria de sus patrias.
Él los distribuía en quatro clases. Los de la primera aprendian á cultivar su entendimiento por la meditacion, y á formar sus corazones para la virtud: la segunda reunia la lógica á la retórica: la tercera la habia consagrado á la política; y en la quarta se exercitaban en escribir sobre la moral.
Confucio á menudo errante, desterrado, y que apenas habia encontrado en la vasta extension de la China un parage en que poder reposar su cabeza, recibió despues de su muerte los honores que jamás se hicieron á hombre alguno, á menos que la supersticion no le hubiera colocado entre los Dioses. Todos los sabios, todos los magistrados, todos los letrados se lisongeaban de ser discípulos de Confucio; y no obstante sus opiniones, to-