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libro de los Reyes anota las últimas palabras del soberano y cuenta la agonía del poeta, que vive en la inmortalidad de su verbo, en sus errores humanos, en sus acciones divinas, en sus arrepentimientos y transportes, en su adoración y sus lágrimas. En medio de la batalla perpetua de su existencia, pudo exclamar : He creído, y por eso he hablado. «El que cree, dice un hagiógrafo, siente la necesidad de hablar, como el hambre y la sed. Creer es la esencia, creer es la fuente, y hablar es el río». En el caso de David, el río fué al océano, con todos los rumores del dolor, del misterio, de la esperanza, con toda la vida, pues nunca el cantar del hombre como en los salmos, estuvo más cerca de lo Infinito... «Y durmió con sus padres y fué sepultado en la ciudad de David.» Así narra el cronista y no comenta. El ígneo foco se extingue como estrella lejana sin hacer ruido, y del silencio brota una santificación temerosa : el poder apagar tal existencia da a la muerte un sello divino. No parece elogio fúnebre continuar : «Los días que reinó David sobre Israel fueron cuarenta años: siete reinó en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén». Pero ese es el lenguaje del triunfo. La Biblia, en las grandes