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se levantó delante». La tradición agrega que la vieron desde este sitio.

Nos acercamos. Cubren el foso dos piedras huecas y redondas. Otra piedra, enorme bloque gris, forma un vaso, en que se abrevan varios camellos : los árabes que log montan no dan la sensación de ir a ofrecer a Mahoma oro, in- cienso y mirra. Después de beber se alejan. Los lomos de las bestias, ondulantes como olas, ba- lancean un cargamento de leñas de quemar. En la extremidad de la planicie se erige el conven- to de Elías,

El profeta dormía cuando se le ordenó mar- char hacia el Oreb. El monte de los Francos de- linea, al Oeste, un cono trúnco. Se ha creído reconocer en él a Beth-Hakkerem. «Esforzaos, hijos de Benjamín, en medio de Jerusalén, y to- cad bocina en Tecoa y alzad por señal humo sobre Beth-Hakkerem : porque en el Septen- trión se ve un azote y quebrantamiento gran- de». (Jeremías, VI, 1).

Al Este, se tiende, con piedras blanquizcas, la aldea, de Beit-Djala. Es quizá la antigua Gi- lo, que se declaró en contra de David. Luego, atrae la planicie. Lia piedra calcárea se confun- de a la tierra cenicienta. Las laderas se dilatan,