Página:Visión de paz (1915).pdf/131

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hi viva de una tristeza estéril, no surge amenaza- dora, armonizándose con el tono del paisaje. En vez de observar sus almenas consideramos su sombra que, profunda, parece exhalar frío y ser un sudario de la muerte.

Miramos entonces las otras sombras. Som- bras de las nubes, reflejadas por los montes ; sombras pequeñas de los guijarros; sombras enormes de los peñascos, combinan y desplie- gan ejércitos espectrales. Con el peso abrumador de sus memorias, no quieren posarse en la tie- rra, sino meterse, clavarse, y desaparecer en su entraña. El sol no las crea : los montes, el cas- tillo, los peñascos, piensan, y las producen. La expresión del contorno espiritualizado de las co- sas sobrecoge. En estos lugares, olvidados del mundo, algo de grande y sobrenatural se prepa- ra, y los montes lo saben, y los montes lo espe- ran... Entre las sombras inmóviles y pensativas hay algunas movibles y animadas : las siluetas de los camellos. Caminantes eternos de las tri- bus fronterizas, van con indiferente majestad. Portadores en otros tiempos de las riquezas de Salomón : viniendo con los Reyes Magos al en- cuentro del nieto de David : llevando las esen- cias de rosas con que Saladino perfumara la