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Jesús, cobrando el hablar de Galilea : «Hom- bre de Bethleem — murmura, — dime, ¿qué quieres?»
El ángel responde : «Con la imagen que pa- seaste por la tierra, apesadumbra vivir hasta en el cielo. Señor, mátame el alma.»
El Santo Espíritu se interpone : «Silencio. Sólo en algo serás oído.»
Del escabel del Padre, brotan, cruzándose, dos relámpagos. Temerosos, se arrodillan los querubes, las dominaciones, y los serafines. El ángel vuela hacia ei deslumbramiento, entorna los ojos, bate las alas, penetra en el resplandor, y se consume en el fuego de la cruz. Su alma salta a los espacios : es un errante meteoro, que a los espíritus sufrientes, por su propia delica- deza, les inspirará la certidumbre de una vida más luminosa.
En tanto, la noche ha caido sobre heredades y collados. Las imágenes de la linfa de los Re- yes Magos se esfuman en la sombra. Tiende el silencio absoluto su manto reposante, y el pró- ximo oasis de David entona un salmo : «Alabad a Dios, fuentes y criaturas que os alimentáis de sus aguas.»
