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grupo fiel , comentando con el Maestro los percances de la ruta, y murmurándose sus desfallecimientos y esperanzas.

Nos detenemos un instante para dar descanso a los caballos. Camellos, burros, corderos, cabras ; pastores, beduínos y mercaderes, reposan en torno. Nadie habla, ningún animal se mueve. Una pereza que es casi velo de sueño se tiende por rostros y por miembros. Penetramos a la fuente, propiamente dicha, especia de gran cámara cuadrada. En un muro hay un nicho que se ha sacado la imagen : quizá un Jesús pensativo, fatigado de las rutas y de los hombres. Muchos peregrinos han escrito al pie, y un árabe se ha encargado de cubrir los autógrafos con excrementos.

En el fondo de la cámara nos recibe una gran pileta donde, entre el limo, verdean sanguijuelas : el ventero las pesca con un trapo rojo. A un costado, en un arco, b rillan piedras negras y pulidas : un solo chorro, cantante, salta y describe parábaolas. La curva tgransparente nos evoca sus hermanas morales del Evangelio. ¡ Ah, las eternas relaciones del agua ! ¡ Ah, el elmento gentil, recundo, seductor ! El viajero se siente menos solitario si un hilo alegra sus ojos y