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cielo armonioso. El nieto de David había convertido en cuerdas las ondas de sus aguas, y las cuerdas cantaban" la plenitud del amor. Así, el Kinnor de los himnos nacionales, con el eco de sus ideas, se dilataba como universal instrumento. Morirían sus poblaciones; no quedaría una sola piedra monumental: las casas de campo de los pudientes señores, pasarían semejantes a las rosas de sus jardines; pero los nombres de las pobres aldeas de las orillas adquirirían un eterno ritmo de la hermosura. Las galeras de purpúreas tiendas, y remos de marfil, no imprimirían rastro sobre el espejo luminoso: en cambio renacerían las humildes barcas de sus pescadores, y con sus velas de rudas lonas, los hombres de todos los tiempos se tejerían inmortales sudarios... Eso quizá pensaba Jesús. Olvidaba que la corriente, bajando del lago vivo 'al Mar Muerto, era símbolo de su destino, y feliz en el oasis de Jericó, sentíase más joven, creyéndose en el otro clima fraternal.

Hoy vemos sobre las chozas y sus techos de ramas, algunas pocas palmeras y algunos pocos naranjos. La antigua población está reducida a cuatrocientos beduinos de mal aspecto y peor vivir. Las mujeres, en los labios tatuados, tie-