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bilidad de su carne de hombre, que con inferiores sentidos ofuscaba su esencia celeste, debió inclinarse al orgullo. Pero triunfó el amor, o sea el anhelo del sufrir, y nunca el espíritu sensual recibió golpe más fuerte en la seducción de sus garras. ¿En realidad, los dos cuerpos, el puro y el infame, se cernieron sobre Jerusalén mismo? Le Camus, entre otros, explica netamente el desdoblamiento en el reino de la Conciencia, sin admitir la dualidad de parajes. Y Cristo bajó del monte dueño de la certeza de su destino mesiánico, como bajara Moisés del Sinaí, poseedor de su genio conquistado, dispuesto a trazar en la tierra redimida, los invisibles caminos del cielo...

La luz empieza a escaparse de las cimas: la atmósfera templada del oasis, acariciante, sutil, la llama, con un esfuerzo de sus palmeras y naranjos, a morir entre sus rumores y perfumes. Los tres picos de la Penitencia se despurpuran ; la sensibilidad del monte al sol mostró su sangre, y ahora la rezume en invisibles venas, familiarizadas con los prodigios. Después, todos los montes transforman sus colores en lumbre, la lumbre se esfuma, y los perfiles muestran agónicos gestos. Las laderas de Moab,