— 199 — zando sus hielos, querían ofrecerla espejos, y viéndola alejarse gemían armoniosas.
La mujer, indiferente en medio de los home- najes, acabó por sentir profundas nostalgias. Y en una noche semejante a ésta, en que las es- trellas esmaltaban la Vía Láctea, subió a una cumbre y se puso a mirar el espacio.
La hora nupcial estremecía el universo, y las exhalaciones cruzaban como amorosos mensa- jes de los más lejanos astros. Sólo ella sabía el verdadero secreto de las viajeras. Su espiritu co- nocía el momento de elevar al Hacedor los an- helos de un alma. De un alto punto escapó un meteoro. Penetró en la zona perceptible desde el monte. La mujer hizo el voto, y murmuró la palabra mágica. Tembló echando chispas : des- pidió rubíes, diamantes, topacios. Adquirió in- visibles alas, flotó, voló, y cual si llevase en sí un viento luminoso, giró errabunda. Mas, pudo sentir antes un lejano himno desgarrador : mil labios abiertos como heridas se confundían en igual amargura. Y al concento hablado mez- clábase sin palabras la voz de las linfas y el frote de las hojas : mientras los hombres agonizaban, los árboles se marchitaban y se extinguían las " fuentes.
