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gús, irradiaron el calor de una eterna vida. Tro- fonio encerró su cuerpo en un sarcófago de ala- bastro. Su cadáver inspiró el verbo de las cru- zadas de San Bernardo, Felipe Augusto y Ri- cardo Corazón de León : penitentes y caballe- ros, bajo el ondear de las banderas, juraron por su nombre triunfar o morir cumpliendo la pre- dicción del Evangelio. Y así la cumplen tam- bién los peregrinos visitantes de Betania, Su- premo es el resplandor que arroja la resurrec- ción de Lázaro, y se le olvida, al recordar a la Magdalena. Los ojos buscan, en los humildes - cármenes del sitio, los nardos de su ungien- to : la flor que en su redoma fué rayo de luna, escogió para brillar en el Tiempo el oro de sus cabellos, y expande con divino perfume el há- lito de la melancolía humana,