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Las ojivas del patio evocan a los paladines medioevales. Los muros, llenos de paz, defienden un silencio que, obsesoramente, nos recuerda el de Jesús, consagrado por las cosas. Lias tumbas de los patriarcas, muestran sus incripciones bajo mitras esculpidas. Una verja protege las celdas. Del techo caen redes de endurecidos cáñamos, sarmientos nudosos de una estéril viña. Frente a los pilares, un altar con un tríptico señala el lugar de la negación de Pedro : Jesús atado a la columna, el discípulo negando, y un ángel en oración, constituyen el centro y las alas de la pintura. Una lámpara, palideciente en el día, no puede iluminarla. Recorremos las arcadas : en el claustro se dibujan nuevas lápidas con epitafios. Se abre una capilla, y su altar luce un fragmento del Santo Sepulcro. En el muro hay un hondo nicho, reliquia de la prisión donde Jesús peo el resto de la noche.

AM, artos del amanecer dle viernes, si pudo reposar, cerró un instante los ojos y bendijo el último sueño de la tierra. Pensó que su sombra es sagrada, al separarnos del lodo moral volviendo a la flaca naturaleza el necesario vigor : que su aliento es divino, al disponer de las