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sabiduría». El rey no responderá triunfal a las preguntas de la reina, ni le devolverá los dones, oyendo las cítaras, desde el trono de marfil, entre los esplendores de Tarsis. A los recuerdos fabulosos de las flotas de Hiram, han sucedido las ruinas, cubiertas de mugre y tristeza, como esta caravana astrosa, a la de la peregrina, que tanto ha hecho soñar a los hombres. Pero vienen los abisinios a visitar el sepulcro del Hijo de David. Iluminados por la fe traen la riqueza de la oración, y en cambio del presente de su miseria, pedirán al santuario la alegría espiritual de su paz y el sustento de su pan eucarístico. ¿No son, en realidad, el símbolo de millones de almas?...

Fértiles hondonadas cubiertas de viñedos se enlazan con nogales. Allá, en una eminencia, vislúmbranse las murallas de Jerusalén. Pensamos en el ejército de Godofredo. Descalzo, y sin oro y sin seda, humilde y rendido, acusándose de no verterlo, vertía llanto sobre sus armas. Así lo pintó el Tasso. ¡Qué contraste con estos árboles envueltos en el silencio, sobre la tierra desierta!... Las torres empiezan a dibujarse. Zumba en el espíritu el salmo del cautiverio: «Pegada quede al paladar mi lengua,