— Db: de una granja; Jesús había caído varias veces, y el padre de Rufo y Alejandro, que figuran en la iglesia primitiva, siguió al maestro de sus hijos.
He aquí otra capilla en la casa de la Veróni- ca : un altar reproduce, en imágenes, la escena. «Su rostro, que obscurecieron los oprobios, no era para nosotros nada» ; profetizó Isaias. Mas una mujer, rompiendo las filas, de aquellos que olvidaban que «hasta el buey reconoce a su due- ño, y el asno el pesebre de su amo», le tendió el pañuelo. Así, ya antes de su muerte, se con- vertían en flores, las semillas del verbo evangé- lico, regadas por sudor y sangre.
La calle se torna más triste. Las “casas, de aspecto miserable, sudan humedades. Los pavi- mentos, hirientes, refuerzan sus colecciones de inmundicias. Aparecen mendigos que asaltan la procesión. Mujeres ciegas, lloran en coro ; cria- turas, casi desnudas, lanzan un grito: «bar- chits». Otra legión, de ambos sexos se arrastra espantosa. Brazos sin manos y piernas sin pies, se tienden rígidas como las muletas de roble. Los cuerpos y los rostros brindan todas las lla- gas del vicio y todas las deformaciones de la miseria. Espectros haraposos gesticulan enri-
