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— 249 — Jerusalén ofrecían en el patíbulo, quiso una gota de agua que trajese a su sed, un rumor hu- mano de Galilea, y una bendición divina del Jordán... Luego, creyéndose en el olvido, en- vió a Dios un lamento ; después, reconociendo la consumación de las profecías, adormeció la cabeza de luz en la tiniebla del collado.

El sol del universo, desde la hora de sexta, enseñaba el luto a la Jerusalén que oyó la plenitud del amor sin aplacar la cólera del odio. En el silencio de tierra y cielo, podían resonar más fuertes las blasfemias de los hombres ; pero los hombres enmudecian amedrentados. Imper- ceptible entonces, acarició a Jesús el acento que, tonante, castigara en el Paralso, y él a la Muerte, respondió con la eterna Vida, dando un grito, emissa voce magna : «Padre, en tus ma- nos encomiendo mi espíritu.»

Las sendas torcidas están enderezadas, igua- ladas las escabrosas, y terraplenados los valles. La cohorte gentílica lo presiente. El corazón del mundo se conmueve ; angustia el estupor del prodigio y se parten las tumbas de los santos. El centurión, exclama : «En verdad este hom- bre era Hijo de Dios.»

Los israelitas, golpeándose el pecho, se cu-