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Cristo fué un esteta, cuando dijo: «Amadme, y todo os será dado por añadidura». Entre esas añadiduras, pongamos la divina del arte. Al fundar su reino espiritual, le resultan en todo concordancias grandiosas, y no es extraño que quien llega a su sepulcro, por exceso de emo- ción, pierda, como nosotros ayer, la conciencia del instante.
El órgano sigue sonando. La misa empie- za. Se entabla el diálogo del sacrificio cristia- no, preparando la inmolación del cordero espi- ritual, en el misterio eucarístico que reconforta a los hombres.
—«Yo me acercaré al altar de Dios que re- gocija mi juventud.»
—«aYo cantaré tus alabanzas, ¡oh, Señor! ¿Pero, alma mía, de dónde te viene la tristeza y por qué me llenas de turbación?...
Y nosotros, turbados, vemos los ofensa los monagos, y los monjes que responden desde el coro. Nos parece estar entre viejos amigos. Son los sayales del convento de Buenos Aires ; las sillerías son las de nuestra ciudad : el mismo latín y el mismo incienso. Allá, se pedía para Tierra Santa, y pensábamos en estas regiones maravillosas : ahora, evocamos aquel rincón