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son lamentables todas estas construcciones que evitan recibir de las cosas la emoción de una . forma, ya hecha carne viva en la imaginación de la Humanidad. El Calvario, por sí sólo, era columna, altar y templo, de modo tan absoluto, que si fuese posible -verle, inútil sería intentar describirlo. ¿Qué podría añadirle la mano del hombre? El cincel de Miguel Angel hubiera re- trocedido temeroso.
Descendemos del Gólgota, y llegamos al cen-
tro de la enorme basílica, o sea a la espro del Santo Sepulcro. - El edificio que la cubre presenta un. enorme círculo. Empieza por columnas pequeñas y pe- queños arcos, puertas de oratorios y puertas de celdas. Más arriba, una línea de nichos luce cirios, lámparas, candelabros. Después, otro cuerpo, cortado y sostenido también por colum- nas, da acceso a los balcones. A ras del fastigio de sus arcos nace la pesada bóveda gris, con los nichos de una galería interna, donde lámparas de oro, despiden llamas rojas. En la zona de su vuelo amplio, dibuja cálices, hostias, cruces, y sobre nervios dorados, cobra tinte azulejo has- ta la claradoya de su cúspide, que proyecta un haz de rayos verticales.
