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la planicie, y no encontramos ni restos de las antiguas construcciones. Antes de llegar al tem- plo mismo, en la época de Salomón, dos recin- tos enormes, rodeados de columnas, buscaban una cúpula en la azul del cielo. Allí, los mer- caderes, vendían bueyes, corderos, palomas, en torno de fuentes de abluciones para los holo- caustos, y de mesas de inmolación para las vic- timas. Uno de los recintos era el atrio de Is- rael : el otro, el atrio de los sacerdotes, al cual no entraban los enfermos, los deformes, ni los fieles no purificados. Entre la última columna- ta y el templo de Jehová, se erigía el Tribunal de David y el altar de los holocaustos, que evo- caba a Salomón. El rey, dedicando el edificio, apareció a los ojos de su pueblo, resplandeciente de gloria: una nube misteriosa lo envolvió, y tendiendo las manos, dijo: «¡Oh, Señor!, no hay Dios semejante a Ti, ni arriba en el cielo, ni acá abajo, en la tierra ; Tú guardas el pacto, y usas de misericordia con tus siervos, que con todo su corazón andan en tu presencia.»

En la explanada, en un ángulo, elévase la mezquita. Grandes cubos de piedra con cúpulas, y columnas con arcos, le dibujan entradas triun- fales. Cipreses vestidos, sobre higueras desnu-