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—Bb— suspendida en el aire, sin más apoyo que el de invisibles palmeras, cuidadas por las madres de los grandes profetas Mahoma y Cristo.

En una placa de jaspe, diez y nueve puntas de oro marcaban el tiempo de la duración del mundo. Cada una, al caer, consolidaba el trono de Alá, pues Mahoma' mismo las había fijado. Úna noche, el espíritu maligno, a fin de acelerar la ruina de los hombres, empezó a romper la placa. El ángel Gabriel se interpuso, y salvó tres clavos, que los actuales sacerdotes vigilan aten- tos. Cerca del lugar, un santón, acostado, mar- tillea una piedra. Nos hace saber que si pone un clavo a nuestra intención nos prolongará la vida. Le respondemos que no aceptar es heroís- mo, pues la amable acogida del templo va a pro- porcionarnos una pulmonía. Felizmente la vi- sita ha concluido : santón e ismán, abandonan- do su mal francés, nos insultan y nos maldicen en una lengua que debe ser la. propia.

La llovizna arrecia sobre la gran explanada ; y reemplazando .a los fieles, murmura en las albercas una oración el hilo de cristal. Las ráfa- gas sacuden los cipreses, cargados de lluvia, y las gotas, lucientes como diamantes, se desha- cen como lágrimas. Llegamos a la mezquita de