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alarmistas, y la natural tendencia de las gentes á dejarse herir la fantasía por todo lo remoto y agreste.

Cualquier trasgresión policial comunicada de los Territorios á los diarios, llega á la oficina telegráfica convertida en tragedia fulminante, y hace gastar más tinta de redacción, que la consumida en pregonar la criminalidad metropolitana de un mes.

En una tolderia de indios corre menos riesgos el reloj de bolsillo que en la plataforma de los tramways, y más á pierna suelta se puede dormir al reparo de un barranco, que en plena plaza Victoria.

Aquí corresponde á cada cuadra un vigilante, en tanto que allá hay parajes de veinte leguas sin un solo gendarme á la redonda, lo que á las veces, y dada la calidad de ciertas comisarías, llega á ser motivo de tranquilidad para el colono.

Este sabe entonces que cada puño es un guardián y que en la ausencia de cada vigilante tiene un enemigo menos.

Es verdad que á los Territorios va casi siempre la resaca de las ciudades, representando á la autoridad ó huyendo de esta.