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Bajemos la vista á un lugar más profundo, el ideal se empequeñece. ¿Veis aquel punto brillante escintilar en la extensa y dilatada sombra? Ese es el ideal, apenas perceptible.

El valeroso minero en el fondo de su pozo, sintiéndose molestado por la humedad, no pudiendo apenas trabajar, se halla en las tinieblas.

Horas antes recibía el puro aire oxigenado, miraba el azul encendido por los rayos del sol matinal; ahora está sepultado; pero arriba, encima, en la superficie, la primavera y el sol todo lo embellecen.

Es Víctor Hugo un astrónomo, como Zola un minero.

Tal es Zola; también, aunque no se recrea en el abismo, hay cambiantes de luz; la tenue claridad se modifica.

En L'Assommoir, en el abismo, bate sus pequeñas alas un querube, Eulalia; prestad más luz á Gervasia, y será Fantina; haced á ésta más feliz y podrá ser Deruchet.

Gouguet es un hermoso rayo de sol.

¡Zola, qué artista!

El pudiera vivir y gozar en las altas regiones del arte, rugir y cantar contra la terrible injusticia; pero hace algo más: la fotografía y la electricidad han bajado con el buzo al fondo; pues bien, la razón también.

¡Arte inmenso, cuan benéfico eres al servicio de la verdad! Había algo gigantesco que realizar: perdonar á los tiranos su oro, su púrpura, su locura, en nombre de los pueblos; pero hay algo quizá más grande: aplicar el lente á ese negro insecto, la miseria, y el decir valerosamente: [Miradle!

Nuestro siglo es el siglo de los grandes propósitos y de las grandes fiscalizaciones.

Madrid, 15 de*Setiembre, de 1880.