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Padrón y las inundaciones

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Padrón y las inundaciones
de Rosalía de Castro
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Publicado en La Ilustración Gallega y Asturiana, Madrid (1881), en cuatro entregas consecutivas: el 28 de febrero y el 8, 18 y 28 de marzo de 1881.



   Huyendo al eterno clamoreo de las campanas de Compostela, cuyos ecos, mezclados á los bramidos de las tempestades invernales, parecen perseguir con saña los ánimos entristecidos, y deseando alejarnos de aquellas montañas y verdes praderas, cuyo melancólico aspecto tiene el dón de recrudecer todas las pasadas amarguras, hemos vuelto una vez más á refugiarnos en la casa solariega, en donde vimos deslizarse tantos alegres dias de nuestra infancia y breve juventud.

   Las altas paredes del salon, hechas para ser cubiertas con los grandes cuadros y ricos tapices que desaparecieron muchos años há, enseñan hoy completamente desnudos sus jibas y aberturas. Dale su vasta amplitud cuando el sol no lo hiciere con sus rayos, el aspecto de un nido de buhos, y sus enormes ventanas, que más bien parecen puertas de un templo desamparado, dijérase que pretenden dar libre paso á cuantos vientos se desatan en la llanura, y que penetrando como pueden por los recónditos y visibles agujeros de la Torre moucha, entonan las más lúgubres y estrepitosas sinfonías, mientras los murciélagos que allí tienen el nido, entran, salen y revolotean sin cesar con pavoroso silencio.

   Divísanse desde la torre (tan cercanos que puede oirse el rumor de los múltiples arroyos que por ellos descienden) los accidentados y fragosos montes coronados de pinos, que en union del bosque que la rodea, abrigan la antigua posesion y le prestan por esta parte un aspecto semi-salvaje que encanta el ánimo, y contrasta de una manera admirable con la placidez de la llanura y las alegres vistas que desde los denlas puntos de la casa pueden gozarse á toda hora. Hermosísimo y apartado lugar, en donde tiene asiento la melancolía y es dado traer á la memoria el recuerdo de las pasadas glorias, sin que nos moleste y conturbe la contemplacion de las presentes, á que somos ajenos.

   Allí los muros derruidos, allí los medio rotos escudos de armas, el antiguo camino lleno de profundos baches y descarnados peñascos, y allí, en fin, las paredes de la vieja capilla, cubiertas de yedra, hermana de las que coronan las chozas de algunos pobres campesinos, cuyos huertos, sembrados de coles, lo mismo que sus higueras y sauces, pueden tocarse con la mano.

   La tristeza que se extiende por el interior de esta desmantelada habitacion es grande, sobre todo cuando ningun rayo de sol ni ningun ruido humano la hiere. Mas no sucede así en el resto de esta casa y torre, por más que reine en ella la soledad en que los muertos dejan, lo que ya no pueden llenar ni embellecer con sus cuidados, y carezca de la animacion que no pueden darle los pocos vivos que, en medio de un silencio casi nunca interrumpido, habitan el querido lar que recibieron en herencia de los suyos.

   Ya no se enciende en el horno el fuego que alegraba la sombría cocina, ni en las cuadras y establos se oye más que el mugido de una vaca y de dos lindos y airosos becerrillos; ya no cacarean las gallinas en el corral, ni las palomas habitan el viejo palomar que aún blanquea orlado de flores silvestres en una punta de la extensa huerta. A los añosos robles que hermoseaban el bosque llególes la hora de caer bajo el hacha del leñador, á fin de que se puedan sembrar en el lugar que ocuparon otras nuevas simientes, y faltan muchos de los grandes pinos de Italia, mis amigos de otro tiempo, que han dejado entre los que restan claros irreemplazables á mis ojos. Besaron asimismo el polvo los viejos manzanos que hacían más agradable el prado y los frutales que adornaban las enarenadas carreras cubiertas de emparrado... Todo pasa, todo acaba, todo muere... y tambien todo vuelve á renacer, segun murmura á nuestro oído la esperanza, engañesa deidad que nos hace más llevaderos los desencantos de la vida y endulza la amargura de la triste cuanto desnuda realidad.

   Pero en tanto no vuelven á brotar las nuevas plantas y no crecen los árboles jóvenes, que probablemente no habrán de cubrirnos con su sombra, todavía podemos consolarnos con los que aquí han quedado. Sí; á pesar de tan tristes mudanzas, consecuencia de los incesantes cambios de la vida y del inflexible paso del tiempo, Lestrove sigue siendo un lugar en donde se goza de una alegría y sosiego incomparables. Todavía están en pié las limeras y naranjos que prestan amorosa sombra y perfuman el pequeño patio de piedra. Pronto lucirá el gigantesco castaño de Indias sus hermosísimas flores, lo mismo que los olorosos mirtos, mientras los enormes laureles, y los bojes no menos altos que ellos, mezclados con los verdes limoneros, prosiguen siendo amparo y preciadísimo adorno de esta vetusta casa.

   Por otra parte, así como hay rostros cuya gracia ningun artista puede copiar, existen viviendas y lugares cuya belleza ninguna pluma es capaz de describir, una vez que su encanto no está ni en las preciosidades artísticas de que ya carecen, ni en la riqueza de su mobiliario, que ha desaparecido bajo el oliente destructor de la polilla, sino en la luz que reciben del cielo, en el ambiente que las rodea y en la salubridad del clima, y es esto precisamente lo que pasa en la vieja morada y parajes en donde se levanta, que con decir los ilumina el mismo sol que á Padron, y que como él son deliciosos, queda hecho su mayor elogio.

   En efecto: esta villa, cuyo soto divisamos desde nuestra ventana, aparece á los ojos del viajero como un pequeño paraiso en donde toda belleza es mayor y toda felicidad doblada. Colocada en medio de la llanura y al pié del rio, vése rodeada de los infinitos pueblecillos que á la falda de los montes y sobre las verdes colinas que bordan en ambas riberas la hermosa vega de su nombre, reciben poco más ó ménos la misma plácida luz, y se envuelven en la misma sana atmósfera, y gozan la deliciosa temperatura que reina en tan fértiles lugares.

   Nada hay, en verdad, que llame la atencion del curioso en esta antiquísima villa; ningun monumento, desde que la notable iglesia gótica ha sido demolida, tiene cosa de notable, como no sea por su antigüedad y recuerdos la colegiata de Santa María, por la cual sentimos un afecto entrañable; sin embargo, merecía bien que, á pesar de esto, volviese á asentarse en tan delicioso paraje una ciudad populosa como aquella que dejó en la historia recuerdos que los siglos que pasaron no han podido borrar todavía.

   ¿Cómo desapareció? Cuéntase —y para el caso no deja de tener su importancia la tradicion— que gracias á una terrible inundacion que la sepultó para siempre bajo sus pantanosas aguas. Aún recordamos que, siendo en una pequeña laguna, hoy cegada, y que existía en la vega de Iria, pretendían hacernos ver en su fondo cenagoso las puntas de una torre que, segun las leyendas, pertenecía á la ciudad que allí yacía sumergida.

   ¿Será verdad lo que la tradicion nos cuenta? ¿Será mentira? Creemos que nadie se atreverá á decirlo. No obstante, como en recuerdo de la catástrofe, ó cual si se quisiese hacernos recordar que debe haber algo de verdad en lo que la tradicion nos ha trasmitido, las inundaciones prosiguen, repitiéndose al presente de una manera tan amenazadora, que, á poco andar, promete dejar despoblada de nuevo esta bella region gallega, que debiera ser una de más florecientes del país, y que lo será en efecto, si las promesas actuales y los entusiasmos de un momento se cumplen y realizan.

                    Rosalía Castro de Murguía.

      (Se continuará)




II

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   Es la ventana de la habitacion en donde escribimos una especie de atalaya, desde la cual se abarca un horizonte lleno de luz, de tornasolados vapores y de montañas, cuyo color rosa ó violado, plomizo ó rojo oscuro, cambia segun los resplandores con que el astro rey los alumbra

   Hasta ella llegan de continuo los rumores de los pinos, de los laureles y de la fuente que corre cercana; percíbese el aroma de las limeras y naranjos, y el primer rayo del alba viene cada amaneces á llamar á sus cristales, en union de las brisas y los pájaros.

   En otros dias, saltaba yo del lecho toda alborozada al percibir el primer reflejo del dia, para ver cómo tras del Miranda se abría paso la luz por entre nubes color de naranja, y hería con sus rayos las gotas de rocío suspendidas en cada cinta de hierba. Y mientras me extasiaba en medio de un placer inocente, pero vivo, en tan bella contemplacion, llegaba á mi nido, en confusion armónica, el arrullar de las palomas, el cacarear de los gallos, el gorjear de la calandria, el silbido del suvidor, el graznido de los cuervos y el grito monotono del milano.

   Todo esto, de continuo repetido, nunca para mí cansado, llenábame en otros tiempos el alma de no sé qué dulces imágenes que mi fantasía juvenil doraba á maravilla, y llenando el corazon (que por espacio de tanto tiempo, y pese á todos los combates, fué corazon de niña y de mujer á la vez) de contentamientos que casi pudiera decirse infantiles.

   Despues, para poder bañarme toda entera en los rayos del sol y en los vapores de la mañana; para percibir mejor las armonías matinales, que despiertan con el dia en la fresca naturaleza de esta region, y seguir con la envidiosa mirada la lancha que, con la vela al viento, cruzaba la ria hacia el mar, bajaba al campo y todo lo recorría, sin acertar á saciarme de tantas cosas sin nombre como deseaba, é iba buscando mi espíritu en el aire, en las flores, en el agua y en el espacio.

   No he vuelto á experimentar en esta habitacion, en donde mi madre (que tiempo há duerme entre los muertos) durmió un dia, para despertar cada mañana sonriéndome, aquella alegría y aquellos éxtasis, en los cuales, sin yo saberlo, la esperanza, ahora huida, andaba agitando entonces sus luminosas alas. Pero en cambio, desde que he vuelto aquí sentí de nuevo un reposo relativo; sentí que circulaba más libremente por mis estrechas venas la espesa sangre que me atrofiaba el corazon, y que aquellas nubes tan densas !ay! que me abrumaban el alma, desaparecían de mi atmósfera y quedaban allá lejos, cerniéndose sobre la brumosa Compostela , en union de algunos aborrecidos recuerdos que se resistían á abandonarme, como el buitre hambriento á dejar los restos del cadáver en que se ha cebado.

   No hubo noche que no viniese á ver cómo brillaba en la ribera vecina, no sólo la luz que de la misma manera que hace veinte años sigue alumbrando el cementerio de Requeijo; sino tambien aquellas otras que, semejando ojos de fuego que pestañeasen, se encienden y se apagan, y parecen andar errantes por atajos y breñas, entre caseríos y robledales, orillas del rio ó entre los pinos, á manera de fuegos fatuos, haciendo que las imaginaciones aprensivas teman á la proverbial compaña amiga de la noche y de la muerte.

   Tampoco hemos dejado nunca de admirar cada mañana y cada tarde la verde sabana de la vega, con sus orillas bordadas de blancos caseríos y sus montañas, ya adustas, ya risueñas; pero lo que en ella atrae ahora, como siempre, con mayor preferencia nuestras miradas, es la movible y plateada cinta que forma la vía al atravesar en repetidas curvas por entre los juncos y maizales que reflejan en las ondas sombrías con una limpidez admirable unas veces, con triste vaguedad otras.

   Tiene el agua en su monotonía algo que nos encanta y llama, aun desde lejos, cual si como en otros tiempos viésemos todavía en ella un lecho blando, en donde reposar á cualquier hora de las angustias y fatigas sin término que envenenan ciertas existencias.

   Un dia... la noche había sido de esas que no permiten al cuerpo fatigado hallar el reposo en el lecho, ni el olvido en el sueño. Un zumbido terrible, sordo, unísono, semejante al del mar cuando está irritado, se dejaba oir sin tregua; mientras tanto, y como haciendo compas á tan temeroso rumor, penetrando el viento por entre las hendiduras de las puertas y los agujeros de las paredes, silbaba en la desmantelada torre y en los desiertos establos, haciendo estallar las maderas, rechinar los enmohecidos goznes y erizar de terror los cabellos.

   Y á todo esto caía la lluvia á torrentes, y azotaba los cristales con inusitada furia, abríanse las tejas bajo el peso que las nubes arrojaban sobre ellas, dejando paso al agua que quería penetrar hasta nuestros dormitorios, y aquí, y acullá, como péndolas de varios relojes que se moviesen á un tiempo con misteriosa cadencia, oíanse entre los breves interregnos en que dejaba de bramar el viento, el ruido acompasado de las goteras que filtraban, sin permiso de nadie, á traves de la mal unida tablazon de los pisos.

   De cuando en cuando, para que nada faltase al horror de esta batalla tenebrosa, la luz del relámpago rasgaba la densa oscuridad que nos envolvía, iluminándola con una luz que nunca nos pareció tan fatídica.

   Así trascurrieron las pesadas horas de noche tan tormentosa, haciéndonos pensar (tanto tardaba en amanecer el dia), si iría á realizarse por fin el espantoso sueño del poeta, en que los hombres esperaron en vano, en una noche interminable, que volviesen á lucir el sol y á prestar su calor á la tierra. Pero no; el astro bienhechor no había apagado todavía para nosotros sus bellos resplandores, y cuando muy tarde al fin brilló sobre el Miranda, triste como una lámpara que agoniza, nuestras miradas se dirigieron medrosas en derredor, porque nos habíamos imaginado oir entre los bramidos de la tempestad ayes ahogados que no parecian de seres de este mundo, y estallidos de ramas que se desgajaban y de troncos que se tronchaban y caian al suelo desplomados.

                    Rosalía Castro de Murguía.

      (Se continuará)



III

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   Esto había sucedido en los montes vecinos; pero todo permanecía intacto en la huerta. Los centenarios laureles y los durísimos bojes, acostumbrados á recias batallas, tampoco habían doblado la altiva cerviz bajo los duros golpes de la tormenta.

   En cambio, llenóse nuestra alma de sobresalto al ver el aspecto que presentaban el cielo y la naturaleza. Las minas del bosque, desbordadas, lanzaban desde la fragosa altura una enorme masa de agua que se despeñaba rugiendo sobre los sembrados de la quinta, y otras corrientes semejantes, descendiendo de los montes vecinos, bajaban impetuosas, formando un torrente de cada pequeño arroyo hacia las encañadas que comunican con la vega. La avenida podía, pues, tenerse por segura, y los corazones de los habitantes de las comarcas más amenazadas empezaban á oprimirse por cl natural temor que aquélla les inspiraba.

   En efecto; la ría, así como sus más importantes afluentes el Sar y el Ulla, salíanse, al parecer, pacíficamente de sus cauces, y tomaban majestuosa y lentamente posesion de la llanura.

   El resto del dia siguió el cieloencapotado de una manera, aún más que triste, húgubre, y siguió cayendo á torrentcs la lluvia, pero mansa, porque el viento, enemigo terrible en estos casos, había calmado, alentándonos con la esperanza de que la comenzada inundacion no tomaría gran incremento, y todos nos dormimos acariciados por tan halagüeña ilusion, hasta que la tormenta, como nunca desencadenada, vino otra vez á despertarnos con su sordo rugido y sus ráfagas huracanadas. Momentos hubo en que creímos que paredes y techos iban á venirse al suelo, y que, arrancados de raíz los pinos, semejantes á las arboledas de Birnam, en el Macbeth, se adelantaban hacia nosotros en alas de los furiosos vientos.

   Al amanecer de este dia, más crudo si cabe que el anterior, pudimos ver, llenos de la mayor ansiedad, cómo la vega se hallaba ya completamente invadida por las aguas. Diríase que el mar había avanzado en medio de las tinieblas hacia el antiguo Murgadan, para tomar de nuevo, y como por asalto, posesion de lo que fuera suyo, faltando únicamente para que todos los habitantes de esta comarca se creyesen con el Océano al pié de sus moradas, que las embarcaciones hendiesen las olas que cubrían los sembrados. Hasta se ignoraría por dónde se abría el cauce del rio Sar, si los árboles que bordan sus orillas no nos señalasen su marcha, irguiéndose sobre la líquida planicie como en fantástica procesion.

   Todo era ya susto y temores para los infelices á quienes estrechaba con pavorosa audacia el ya conocido, pero cada vez más importuno huésped; de hora á hora resonaba más amenazador el ruido formado por las encontradas corrientes, subían las aguas, y tomaba el cielo un aspecto doblemente sombrío.

   De cuando en cuando, sin embargo (ya que hay algo siempre en esta zona que suaviza las tintas mas fuertes y hace trasparentar las más espesas brumas), como si el genio del mal complaciese en mostrarles á los amenazados los horrores del abismo y el ángel del bien las bellezas que ese abismo encerraba, el sol rompía por entre las nubes, y se reflejaba en el acuático espejo de una manera hermosa y terrible á un tiempo. Dijérase que estábamos contemplando una poblacion húmeda y flotante, como pudiera haberla soñado un poeta loco, y que, cual si fuese de hielo, iba á deshacerse y desaparecer entre el líquido elemento que la cercaba. Los tejados, los cristales, los peñascos, las montañas, todo tenía una luz extrañísima, que no parecía cosa real, sino de sueño ó magia. Y era de ver allá hacia Dodro y los Laiños fantasear sobre el agua (si se nos permite la frase) á los bosquecillos de robles despojados de sus hojas, y á las escuetas ramas, entrelazadas unas entre las otras, á semejanza de los nervios del cuerpo humano, formar finísimos y delicados dibujos, filigranas primorosas, góticas arcadas y festones inimitables, que al reflejarse multiplicándose sobre los cristales del inmenso lago, parecían formados de niebla y de sol, de gasa y encajes de luz.

   ¡Quién fuera capaz de pintar ó describir todo aquello!

   Y en tanto, multitud de aves acuáticas, creyéndose en pleno Océano, revoloteaban tranquilamente por entre los pequeños bosques medio sumergidos, y brillaban como copos flotantes de espuma entre las rizadas olas. Y las medas asomaban sobre el agua, semejantes á las tiendas de un fantástico ejército acampado en el mar, miéntras la vecina ribera, tan hermosa y de accidentado suelo, con sus graciosos islotes coronarlos de pinos ó sembrados de robles, sus aldehuelas, cuyas chimeneas lanzaban un humo blanquecino que se destacaba sobre el fondo oscuro de las colinas, y con sus prados medio encharcados y por momentos inundados de luz, semejaban isla encantada, saliendo húmeda y sonriente de entre las aguas del diluvio.

   Cuadro era éste digno de ser trasladado al lienzo por un grande artista, ó cantado por un inspirado poeta... pero... tras de tanta belleza parecíanos ver que la desgracia y la muerte andaban flotando envueltas en las turbias linfas de las aguas desbordadas, que proseguían creciendo... siempre creciendo... miéntras las nubes lanzaban á intervalos torrentes de lluvia, y el viento hada inclinar hasta el suelo las copas de los cipreses.

   En tanto, el lugar de Cesures iba quedando completamente cercado por el poderoso enemigo, y por un lado la ria y el Ulla, y por otro el Sar, amenazaban arrebatarle en sus engrosadas é impetuosas corrientes.

   Nosotros, que há muchos años habíamos dejado de presenciar tan hermosas y al mismo tiempo terribles escenas, que nos recordaban otras semejantes, no éramos dueños de dominar la pena que nos agobiaba el animo ante el peligro que a tantos amagaba; porque, ¿quién podía asegurarnos, viendo cómo arreciaba la tempestad, y rapidez con que tomaba incremento la inundacion, que no fuese á ocurrir aquí una catastrofe, como la que sumió en la miseria á tantas familias murcianas? ¿Qué sería entonces de esta villa2 ¡Hállase tan alejada del resto de España, que es posible que no oyesen sus lamentos y ayes de angustia los que podrían tenderle una mano compasiva!...

   Mas hé aquí que la inundacion sobreviene impensadamente en medio de las tinieblas, y en una de esas noches tormentosas, en las que suele comunmente el rio invadir la poblacion. Los serenos llaman á cada puerta con redoblados golpes, y despiertan, llenándolos de sobresalto, á los vecinos que duermen descuidados el primer sueño; los gritos de las mujeres hieren de cuando en cuando el aire como los de alma en pena; el ruido del agua se deja oir ronco y cada ver más cercano, como una amenaza que va convirtiéndose en un hecho terrible; las vacas mugen en los establos, los cerdos gruñen en sus cuadras, los caballos relinchan, y cacarean las gallinas. Verdadera batahola es aquélla, que no suena estrepitosa, sino confusa, sorda y con algo de siniestro que estremece y da miedo.

   ¡Cuanto tiempo ha pasado desde que contemplé de cerca todo esto! Y sin embargo todavía me parece hallarme en medio de aquellos ruidos, de aquella alarma y de aquel azorado despertar.

                    Rosalía Castro de Murguía.

      (Se continuará)



IV

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   Al fin cesó el temporal y los rios tornaron pausadamente y como de mala gana á sus cauces, brillando la corriente á los rayos de un sol de primavera. ¡Que hermosa está la vega, asi como las riberas que la circundan, al descender las aguas! ¡Que efectos de luz, qué color, qué brillo, qué frescura en las plantas! Allá por el alto Miranda y el escabroso Bacariza, vagan sobre los pinos, como errantes espíritus, retazos de diáfana niebla;mas acá lucen con diversas tintas prados y caseríos, y descendiendo á dos pasos del agua, en donde refleja su humeante melena, marcha la locomotora, semejante á un monstruo que caminase desbordado hacia el abismo. La vega entera hállase completamente surcada por pequeños canales, llena de graciosas ensenadas, islas diminutas, y lagos en donde la luna y el sol, al reflejarse; nos hacen ver verdaderas maravillas. Las campanas armoniosas de Requeijo y de Iria vibran de una manera particular, cual si como gotas de lluvia sus sonidos se dejasen caer, para bañarse en ellos, sobre los líquidos espejos donde de tan hermosa manera se retratan las nubes de dia y de noche las estrellas.

   No se ven más que ropas de lino blanqueado al sol sobre los ribazos; vacas á las cuales el pasado ayuno hace saborear con mayor deleite la hierba de los prados; en todas las heredades, hombres y mujeres, que recorren sus tierras bendiciendo á Dios por verlas libres del malhadado enemigo, y hasta los pájaros, miéntras desgranan con su pico los racimos de hiedra y saborean los botones de los mirtos, parecen regocijados y cantan más alegremente, y como si se comunicasen unos á otros la buena nueva.

   —¡Dios mio! pensaba yo miéntras admiraba la trasparencia de la luna, que me hacía recordar la, dulce serenidad de las almas que pueden vivir en paz consigo mismas. En esa luz amarillenta que cae semejante á un hilo de oro sobre charcos plateados, y que parece haber sido creada para hacernos soñar con la eterna felicidad, ¿vagará, por ventura, el espíritu de los muertos? ¿Ya no lo verán ellos? ¡Cuántos que ya no son habrán contemplado desde esta ventana misma idéntico panorama! ¡Y pasaron!... ¿En dónde están? ¡No, no han muerto para siempre!

   Y me parecía que resucitaban á mi alrededor en invisible forma todos aquellos que conmigo habían morado bajo este techo, y muchos otros que aquí nacieron y murieron y no pude conocer, porque existieron mucho tiempo ántes de que yo viniese al mundo.

   —Todo ilusion, exclamarán algunos; y bien; nosotros no tenemos la culpa de que la luz de la luna, de suyo fantástica, nos haga soñar con los espectros del pasado y pensar en la vida del porvenir. Es esto propio de los que, próximos á terminar aquí su jornada, se acuerdan necesariamente de la que de nuevo habrán de emprender bien pronto...

   Mas hé aquí que tras de tan risueñas alboradas, y de aquellas noches que de tal suerte nos hacían soñar con los muertos, no bien secas todavía las alas de los pájaros y apénas enjugada la ropa del campesino y del marinero, al amanecer de un dia apacible, nos hallamos con que las aguas, que creíamos iban á permanecer por largo tiempo encerradas en sus cauces, habían asaltado otra vez sigilosamente la vega, cuál nunca anegada hacia la parte de Cesures y los Laiños.

   —¡Pobres de los pobres! exclamamos entónces, viendo cómo el agua cercaba calladamente las casas y las llenaba, llevando la destruccion en pos de sí. El ensoberbecido Ulla cegaba casi los arcos del puente, y amenazando tragarse la parte baja de la poblacion, lo inundaba todo en rededor, silencioso como la muerte.

   Por más que estuviésemos al abrigo de todo peligro, al asistir desde léjos á aquel espectáculo temblábamos por la suerte de tantos infelices á quienes la inesperada avenida tenía otra vez sitiados en sus casas, y no pudimos menos de preguntarnos: ¿Habrá de ser esto eterno? ¿Querrá el cielo que los esfuerzos de un buen hijo de esre[SIC] país alcancen del gobierno de la nacion lo que tanto se necesita? El antiguo murgadan, ¿volverá á ser el puerto de Padron, y llegarán las embarcaciones á aquellos mismos lugares donde se detuvo, hace siglos, la milagrosa barca de Apóstol?

   Nos atreveríamos á decir que sí, si no temiésernos á la eterna desventura que pesa sobre las cosas de esta tierra infortunada, que jamas logra nada que redunde en su ventaja y provecho, miéntras los demas todo lo obtienen apénas lo desean. Diríamos que sí, si se oyeran, en donde oir se deben, los votos y clamores de cuantos aman esta hermosa comarca, un tiempo rica y floreciente, y hoy entregada tan sólo á sus gloriosos recuerdos. Mas… tan acostumbrados estamos á no ver realizado en Galicia nada de cuanto convenga al bien público, que ni fuerzas ni fe tenemos para esperar en el porvenir. Así y todo, por si estas líneas, á pesar de su insignificancia, pudiesen servir de algo á la patria de nuestra madre, las escribimos á toda prisa, llena el alma de los desconsuelos ajenos hasta el punto de que nos olvidemos de los nuestros.

   Ellas recordarán á nuestro buen compatricio el celoso diputado por Padron D. Eduardo Gasset y Artime, que tiene contraída una deuda sagrada para con este país, que es tambien el suyo. ¡Feliz él si logra, como son sus deseos, verla cumplida, y feliz tambien Padron, si llega ese dia suspirado de su renacimiento y futura grandeza! Que sin dúda hay algo más glorioso y más durable que los triunfos del hombre sobre los demas y hasta sobre sí mismo; hay los triunfos inmortales que se logran uniendo el nombre del hijo arnante de la patria á las obras que han de contribuir á su prosperidad.

   En el momento en que íbamos á firmar estas líneas para enviarlas al correo, los rios, otra vez desbordados, han vuelto á cubrir los campos, y nos amenazan con otra inundación. ¿Hasta cuándo esta continua angustia y sobresalto intolerables? ¡Son ya seis, con la presente, las avenidas que hemos sufrido en este invierno!

                    Rosalía Castro de Murguía.

      Lestrove (Padron) 1881.