cuerpo del guerrero estaba tranquilo. El anciano desconocido le inspiraba confianza y mucha paz.
Cuando los pescados estuvieron listos, fueron comidos lentamente por los dos hombres sin mediar palabra alguna. Todo estaba dicho o más bien, no había nada que decir. Después de comer Águila Nocturna se estiró como un animal y se acostó al lado de la fogata para quedar dormido.
Esa noche su sueño fue intranquilo. Pasaron por su mente cantidades enormes de recuerdos, como parvadas de patos sobre las lagunas. Los recuerdos volaban en formación y siempre iba un recuerdo de líder a la cabeza, atrás de él, en su justo lugar venían todos los demás. Pero cuando los recuerdos llegaban hasta un asombroso salto, desde un acantilado de una alta montaña, aparecía un inmenso bloque de niebla espesa, que impedía ver o pensar. Después de la última parvada de recuerdos, solo las nubes cruzaban por su mente. Como esas noches de tormenta, en que las vertiginosas nubes entrar del mar a tierra firme, antes de que se desencadene la tormenta, así se tiñen su sueño en bancos espesos de nubes.
Águila Nocturna empezó a penetrar en la bruma, deseaba llegar hasta el final y la bruma parecía cada vez más impenetrable e infinita. Sintió miedo y regresó en el sueño, a través de la bruma. Luchaba por salir del vacío y la desolación que produce la nada.
Deseaba llegar a la seguridad y la luz de sus recuerdos. De pronto, la niebla empezó a adelgazarse y poco a poco aparecieron pequeños espacios de lucidez y claridad, pero de pronto sintió como si su cuerpo cayera libremente de un acantilado. Un grito estremecedor rebotaba en las paredes verticales de la montaña. Era su voz pero al mismo tiempo él no sentía que estuviera gritando.
Su cuerpo vibraba, al golpe del aire por la velocidad de la caída. Su cabeza iba por delante y llevaba los brazos extendidos. A pesar de ser de noche, sus ojos percibían la energía que todos los cuerpos despedían, permitiéndole ver a través una extraña y opaca