De esta manera el símbolo de Tláloc, no sólo presenta la energía con la que está constituido el mundo que nos rodea, sino que, además, nos recuerda de manera permanente que el ser humano tiene la obligación de “humanizar” ese mundo material en el que vive.
La segunda energía que constituía al mundo era la energía espiritual, que generan todos los seres vivos, desde una hormiga hasta una ballena, pero que en el ser humano se genera con mayor intensidad a través de la conciencia de Ser. Para los Viejos Abuelos, la diferencia con los demás seres vivos se torna una responsabilidad y no una superioridad. El ser humano a través de su potencial generador de la energía espiritual, se ve comprometido con la fuerza creadora para mantener el orden universal y coadyuvar con las diversas representaciones de esa divinidad suprema para humanizar el mundo. Sostener, preservar y humanizar al mundo era la misión divina de los antiguos mexicanos en el orden cósmico universal de la vida.
“La creación no es un hecho instantáneo, sino un proceso interminable. El Hombre ha de cumplirla sin interrupción, tomando sobre sí el deber de encaminar hacia su perfección lo inicialmente creado.
Así se explica, dentro de la básica unidad cultural, la dinámica variedad de sus manifestaciones. Se explica así, por ejemplo, las diferencias entre la urbanización de La Venta y la de Palenque o Monte Albán o Tenochtitlán. Una sola concepción las dirige: la humana obligación de aliarse a los dioses para crear, mantener y perfeccionar lo existente.” (Rubén Bonifaz Nuño. 1995)
La segunda representación, opuesta y complementaria a la primera, la encontramos con el llamado “dios del viento”. Entendiendo en este simbolismo que, la vida cobra su “esencia” cuando recibe el “soplo divino que le otorga la conciencia de ser”. Efectivamente, los Viejos Abuelos afirmaban que el fenómeno de la vida alcanzaba su perfección más sublime cuando la inconmensurable fuerza del “Espíritu” soplaba en el interior de la energía luminosa. Al “Dios del Viento” los nahuas le llamaron Ehécatl-Quetzalcóatl. También, metafóricamente le llamaban “El barredor de caminos” que anuncia la vida. Es el viento el que 74