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un siglo. Inflamado el corazón del príncipe por un amor repentino, avanzó hacia la muralla de zarzas y espinas, que se abrió para dejarle paso; pero la maleza cerróse nueva mente tras él y la comitiva no pudo seguirle.
Penetró el príncipe en el antiguo palacio y, después de recorrer muchas estancias y galerías, en las que sólo encontró durmientes, llegó al aposento en que repo-